José Luis Jiménez - Pazguato y fino

Reivindicar a Fraga

Un político sexagenario fue capaz de reunir en su figura y su discurso político el sentir de una mayoría social, el respeto de la clase política y una alta dosis de influencia

Manuel Fraga era una personalidad singular, irrepetible en nuestra historia política reciente. Especial interés despiertan sus negacionistas, los que cuestionan todas y cada una de sus facetas al servicio público de España. Objetan que fue un colaboracionista del Franquismo, como si el ejercicio de la política en la España de los sesenta planteara alguna alternativa que no fuera la clandestinidad —estéril y cobarde, por otra parte—. Ni palabra de su perfil aperturista en políticas culturales o turísticas. Sin el Fraga ministro de Cultura nunca se habría filmado «Viridiana», por ejemplo, aunque probablemente la cinta de Buñuel le costó el puesto debido a la queja del Vaticano.

Tampoco le reconocen papel alguno en la Transición. Bien es cierto que la sombra de Suárez fue siempre muy alargada, y su defensa de la reforma política es lo único que figura en los libros de historia. Pero en las notas al pie se recuerda que correspondió a Fraga la elaboración de la reforma sindical. Los sucesos de Vitoria se esgrimen con fuerza por los negacionistas. Son el comodín con el que censurar su papel transformador.

Evidentemente, reprochan con ahínco las pegas de la derecha más conservadora al Título Octavo de la Constitución. Pero son incapaces de reconocer que un político que decía representar al «franquismo sociológico» participó activamente en un texto constitucional que acabó por asumir el grueso de la derecha española pocos años después. ¿Les parece poco mérito constitucionalizar a la España nostálgica? Parece que sí.

La última generación de negacionistas creció en Galicia, lógicamente. Son los incapaces de reconocer el liderazgo político e institucional que Fraga supuso para la Comunidad y sus instituciones autonómicas. Proscriben su gestión para vertebrar el territorio a través de infraestructuras propias del siglo XXI, dotar a la ciudadanía de una sanidad pública de referencia o dar soporte a la reivindicación cultural y lingüística del pueblo gallego. Nada de esto tiene valor para «los del no». La democracia no llegó a Galicia hasta que lo derrotaron en 2005 con un pacto de perdedores, entiéndanlo.

En esencia, estos «irreductibles del no» niegan a Fraga porque, de lo contrario, sería asumir que un político sexagenario fue capaz de reunir en su figura y su discurso político el sentir de una mayoría social, el respeto de la clase política nacional e internacional y una buena dosis de influencia, siempre usada en beneficio de Galicia. Fraga no fue perfecto, y las «vacas locas» o el «Prestige» están ahí para confirmarlo. Pero seguir negando el papel del «León de Vilalba» en la modernización de Galicia es una forma de auto-odio como cualquier otra. Por eso nunca está de más reivindicar su legado, acotado a su tiempo y sus circunstancias, y evaluarlo con sensatez.

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