José Luis Méndez Romeu - TRIBUNA

Reconsiderar la Ciudad de la Cultura

No existen razones fiscales ni de equidad para frenar la capacidad privada en áreas como la cultura

Rectificar es de sabios. Paulatinamente y de forma discreta, la Ciudad de la Cultura se ha ido convirtiendo en la sede de distintos organismos y dependencias de la Xunta, mientras se abandonaba el proyecto de construcción de dos nuevos edificios . De entre los construidos, sólo uno está dedicado a exposiciones temporales o actos institucionales. Hoy su pomposo nombre ya no se corresponde con las actividades que alberga, evocando uno de los más notables fracasos o desajustes, según se quiera valorar, entre contenido y continente, de los varios que se han producido en España al calor de los años de crecimiento vertiginoso.

Y sin embargo el concepto «Ciudad de la Cultura» tendría una gran fuerza comunicativa y tractora tanto de la imagen del país como del impulso a las actividades creativas, desvinculándolo de una sede física y utilizándolo como marchamo de los principales proyectos culturales del país, hoy dispersos. Sería una forma de proyectarse fuera, donde la competencia en ese ámbito es muy notable, visible en la oferta de grandes museos, festivales de verano, exposiciones de gran impacto y otras manifestaciones con las que no podemos competir. Es el momento oportuno, con la recuperación económica consolidada y cuando, por primera vez en la historia, la cifra de visitantes a Galicia se sitúa en parámetros más parecidos a los de otras Comunidades.

La cultura ha sido una de las principales damnificadas de la crisis. Estado, autonomías y municipios han podado los presupuestos sin que paralelamente se hayan explorado nuevas vías de financiación a través del mecenazgo, cuyo proyecto de ley ha sido postergado en varias ocasiones. No sólo es conveniente, sino estrictamente necesario, que la iniciativa privada juegue un papel mucho mayor en la organización y gestión de una parte de la oferta cultural, ya sea a través de Fundaciones, empresas culturales, espectáculos, etc. La ley no sólo debería de favorecer el mecenazgo de los grandes patrimonios sino también el de empresas medianas o locales así como el de particulares. No existen razones fiscales ni de equidad para frenar la capacidad privada en áreas como la cultura, donde la labor de los poderes públicos no debe monopolizar la oferta. El extraordinario saldo adelante que se ha dado en infraestructuras culturales en dos décadas, con la generalización de auditorios, teatros, museos o bibliotecas, permite ahora desplegar todo tipo de actividades en un sector generador de empleo y de sinergias.

Hace pocos días, en la presentación de la nueva y extraordinaria revista «Volvoreta», de literatura, periodismo e historia del cine, sus promotores, la Fundación Wenceslao Fernández Flórez, exponían las condiciones realmente asfixiantes que limitan y frustran el desarrollo de proyectos. Avatares similares condicionan a otras instituciones como la Fundación Torrente Ballester, cuyo valioso archivo permanece sin inventariar desde hace una década. Alguien poco avisado podría creer que los dos ejemplos citados se explican por ser autores excluidos o preteridos del canon literario vigente, siempre ideológico. No por ello serían menos importantes para la historia cultural de un país.

Desgraciadamente, la relación de instituciones en crisis es muy extensa y no conoce de esas distinciones. Son entidades que reúnen a una parte importante del pensamiento y la investigación académica, casi siempre de forma altruista. Sólo necesitan, y es labor de los poderes públicos, un marco mínimo de ayudas y reconocimiento. Otra de las artes que suscita mayor fervor, la ópera, casi ha desaparecido de Galicia , en agudo contraste con Asturias, donde con la mitad de población mantienen una intensa programación. Cuestión de sensibilidades de quienes dirigen las instituciones.

A las autoridades más reticentes, un recordatorio: la cultura sirve entre otras cosas, para fomentar espacios comunes de convivencia, donde las banderías ceden ante las propuestas de los creadores. No estamos sobrados de elementos de cohesión como para seguir despreciando uno de los más valiosos. Por otra parte, aunque la cultura no se produce en las instalaciones del monte Gaiás, lo que siempre fue un vano intento, brota con fuerza por todo nuestro territorio, tan pequeño que podemos hablar, sin hipérbole, de una Ciudad Cultural.

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