Juan Soto - EL GARABATO DEL TORREÓN
Un paletismo con disfraz
Galicia necesita más orgullo por lo propio y menos papanatismo con lo ajeno
En el organigrama mental de algunos gallegos existe un vector masoquista que les empuja indefectiblemente hacia el autodesprecio. Se trata de una pulsión equiparable a la que conduce a muchos nuevos ricos a renegar de la modestia de sus orígenes y a esconder el retrato del abuelo con alpargatas, boina hasta las cejas y azada sobre el hombro. Uno ha pensado muchas veces que renunciar a la propia tribu no es una cuestión de psicología individual sino de sociología colectiva, y el hecho de esconder la propia estirpe es otra más de entre las varias defecciones que anidan en la masa gris del gallego acomplejado y servilón, siempre dispuesto a ponerse los cuernos a sí mismo, sobre todo si el cornificante se abrillanta la pelambrera con gomina de importación.
Desde hace unos años, en Lugo se celebra un guateque dedicado a la Feria de Abril de Sevilla, auspiciado, a petición de parte, por un club social con prestigio en toda España y cuya más que centenaria trayectoria se jalona con importantes servicios a la cultura de Galicia, lo cual hace todavía más lamentable la claudicación ante el esperpento.
El lucense es muy antroideiro, pero tal propensión rara vez le lleva a caer en la cursilería. Su participación, casi multitudinaria, en los jolgorios del Arde Lucus se mantiene lejos de la chabacanería y de la ridiculez. Porque Lugo, ya se sabe, es ciudad de fundación augustea y, por consiguiente, los lucenses se encuentran muy en su salsa disfrutando de lo que les es propio desde hace más de dos mil años. Por contra, lo del andalucismo de farolillos, fino y manzanilla, le queda un poco lejos, si bien hay que reconocer que en muchas gentes los oscuros complejos de inferioridad actúan como coeficiente de aproximación. De ahí, la estridente mojiganga del Lugo aflamencado y la insufrible ridiculez de las jóvenes del pan pringado enmascaradas de volantes y gitanería. Este año, hubo algún intento de contrarrestar la carnavalada abrileña con una macromuiñeira en plena calle. La cosa se quedó en tanteo. Lástima. Galicia necesita una buena dosis de autoestima. Más orgullo por lo propio y menos papanatismo por lo ajeno. Más dengues y menos faralaes.