José Luis Jiménez - PAZGUATO Y FINO

Orgullo de alumbrado

Esa luz cegadora, casi paralizante —tanto de la opinión pública como de la publicada, debo decir con tristeza— sirve también para distraer cualquier análisis crítico de la situación real de Vigo

Seguramente ustedes no lo sepan, pero entre los medicamentos que están a punto de agotarse en las farmacias se encuentra el Tranquimazín. La razón es sencilla: se ha disparado la ansiedad ciudadana en toda España fruto de la envidia que se siente por el alumbrado navideño de Vigo, ese que Feijóo ha boicoteado encargándole a Meteogalicia lluvias que impidan que la luz y la música se abracen junto al árbol al son del «Imagine» de John Lennon.

Bueno, ustedes no saben esto porque, en realidad, no se corresponde con la realidad, aunque no descarten que el alcalde de Vigo lo anuncie cuando concluya su conferencia con el regidor de Nueva York o su homóloga de París, en esta suerte de circo de tres pistas en que se ha convertido la cosa del alumbrado, una luz cegadora que parece impedir a los vigueses ver cómo de su ayuntamiento van a salir casi 40 millones de euros para rescatar el quebrado auditorio y quién sabe cuánto para indemnizar por la vergüenza del accidente del Marisquiño.

Esa luz cegadora, casi paralizante —tanto de la opinión pública como de la publicada, debo decir con tristeza— sirve también para distraer cualquier análisis crítico de la situación real de Vigo, ese que por ejemplo arroja que la comarca olívica tiene estancado su PIB mientras que la coruñesa crece al ritmo del 8,9% bianual. El área de La Coruña produce 2.000 millones de euros más que la de Vigo (IGE, 2016).

Aquel empuje empresarial vigués ha vivido tiempos mejores. Las élites han acabado en el banquillo, bien por saquear la caja de ahorros —¡ay, aquellas manifestaciones para defender a directivos mientras estos dejaban un pufo milmillonario en la entidad!—, bien por dejar casi quebrada Pescanova, a la que los bancos rescataron para perjuicio de los pequeños accionistas. Hay desigualdad social, con unos ricos muy ricos y los pobres lo suficientemente pobres como para aparecer en un ránking nacional de barrios sumidos en la miseria. No hay pan pero sí luces de navidad.

El problema, no obstante, no es de quien hábilmente ofrece pan y circo, sino de quienes se arrojan en brazos de su césar dispuestos a engullirlo a manos llenas, ávidos de algo que poder lucir. El problema es que Vigo cree que algo como el alumbrado navideño construye orgullo de ciudad. Y lamentablemente, solo demuestra su simpleza.

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