Análisis
Orense, ¿y ahora qué?
Las quinielas han saltado por los aires con el auto de la juez que archiva la investigación por las mordidas de Jácome al salario de sus asesores
El escenario político en la Ciudad de las Burgas parecía tener trazada una hoja de ruta: dada la insultante incapacidad de la oposición para ponerse de acuerdo, tendría que ser una eventual inhabilitación judicial de Gonzalo Pérez Jácome la que lo apeara de la alcaldía, abriendo así un nuevo reparto de cartas entre los grupos políticos de la ciudad. En el campo de la política-ficción, las posibilidades eran varias: recomponer el pacto PP-DO ya sin Jácome, un gobierno de concentración liderado por el socialista Rafael Rodríguez Villarino dada su condición de candidato más votado, una gran coalición PP-PSOE (muy remota, pero posible con los números en la mano)...
Todas estas quinielas han saltado por los aires con el auto de la juez Eva Armesto que archiva la investigación por las mordidas de Jácome al salario de sus asesores. Existieron, sí; pero no se ha podido probar que fueran forzosas ni una condición previa para acceder al puesto de trabajo . Al menos eso deduce la instructora del testimonio de los testigos que han pasado por su juzgado. ¿Era previsible que alguno de los asesores denunciara al jefe al que le debe el empleo y que, de la misma manera discrecional por la que lo nombró, lo podría despedir sin justificación alguna si considera traicionada su confianza? La respuesta parece sencilla.
Sea como fuere, Jácome sale limpio de polvo y paja, aunque por el camino se haya dejado algunas plumas, o mejor dicho, un puñado de concejales, a los que ahora llama «traidores» en público y en privado. Pero lo que no cambia es que hoy el gobierno municipal de la tercera ciudad de Galicia lo componen el alcalde y dos más, una situación a todas luces esperpéntica.
La resolución judicial —que no sentencia, como gusta decir a los más fieles palmeros del alcalde— tiene dos víctimas colaterales: el grupo de los críticos de Democracia Ourensana, con Miguel Caride al frente, y el Partido Popular de Jesús Vázquez. Los primeros, porque impulsaron una denuncia aparentemente cargados de razón, que su señoría ha despachado sin ni siquiera llamar a declarar al alcal de; y los conservadores, porque rompieron un pacto de gobierno al entender que las conductas de Jácome de puertas para adentro de su partido eran algo más que sospechosas.
Evidentemente, los puentes con los críticos de DO están más que dinamitados por parte del alcalde. No hay reconciliación posible porque el desencuentro no es político sino personal. No hay forma de cicatrizar la herida. Y al contrario de lo que se pueda creer, la relación de Jácome con el PP no se rompió nunca del todo, y ocasionalmente ha habido algún mínimo cauce de diálogo —que no de negociación—, principalmente porque el alcalde ha pretendido en todo momento recomponer el pacto de gobierno con su socio , consciente de que lo necesita para la gestión municipal, y que es el único partido que estaría dispuesto a sentarse a su misma mesa. El resto lo repudia sin rubor.
El PP tiene un dilema ante sí. ¿Le vale el auto de la juez Armesto para hacer borrón y cuenta nueva respecto a todo lo dicho sobre Jácome, como si no hubiera pasado nada? ¿Se perdonan las conductas de Jácome solo por el hecho de ser legales, aunque sean de dudosa moralidad? ¿Volver al gobierno local le va a pasar factura electoral? ¿O es todavía peor desentenderse de un alcalde que lo es gracias a que el PP así lo votó en su investidura?
La derecha orensana intentó una operación política que parecía sensata: contribuir al cambio en la ciudad llegando a un acuerdo con el PSOE y entregándole la alcaldía a un candidato socialista a cambio de pactar un programa de gobierno. No contaban con que al PSOE le pesaran más sus prejuicios —y los vetos de las direcciones gallega y federal— y rechazaran el regalo. Tampoco internamente estaban muy convencidos con hacer regidor a Villarin o, contestado por alguno de sus propios concejales y un sector del partido. Si fuera alcalde, tendría toda la legitimidad para repetir como candidato en las siguientes elecciones, cuando los deseos de algunos son relevarlo y renovar la ciudad. Sea como fuere, el PP añadió dificultad a la ya de por sí improbable gran coalición pidiendo la remuda de Villarino por otro alcaldable del PSOE.
Cualquier solución de la izquierda —PSOE y BNG— pasa por el PP, dado que los cinco díscolos de Democracia Ourensana no pueden participar en una moción de censura contra el alcalde que ellos mismos eligieron en su día. Los dos ediles de Cs resultan intrascendentes en los cálculos. Mientras el PP decide, Jácome consume días en la alcaldía y, ahora sí, puede cargar la parálisis del Concello en las espaldas del PP, dado que aparentemente se quedó sin argumentos para no regresar a su gobierno. La de Orense no es una solución fácil. Pero con la inventiva política agotada, quizás sea el momento de la sensatez, aunque no rente.
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