Alberto Varela - CRÓNICAS ATLÁNTICAS
Con los okupas
Noriega, lejos de apaciguar los ánimos, se puso del lado de los radicales y destacó el comportamiento de los okupas
Hay que agradecer al alcalde de Santiago que por fin se haya sacado la careta de bambi bonachón y haya enseñado la patita de lobo feroz amigo de los radicales, a raíz de los incidentes que se produjeron esta semana tras el desalojo de una casa okupada, con «k». La capital gallega se convirtió por unas horas en el San Sebastián de hace dos décadas y las calles fueron tomadas por jóvenes encapuchados que lanzaban botellas y quemaban contenedores. Después vinieron las disculpas de rigor... que si unos pocos aprovecharon la protesta para provocar disturbios, o que la violencia nunca está justificada... pero que no les vengan con cuentos, porque no eran sólo los de la cara tapada, había cientos de personas —algunas del entorno de las Mareas— jaleando a los borrokas.
¿Y Martiño Noriega qué? Lejos de apaciguar los ánimos se puso del lado de los radicales, criticó el desalojo y destacó el comportamiento ejemplar de los okupas. Y por si había dudas de cuál es su bando cursó expediente contra el propietario por el tapiado del edificio con hormigón en pleno casco histórico, como si con la actitud okupa friendly de las autoridades municipales compostelanas bastase cambiar la cerradura para mantener a raya a las asociaciones como esa de «Escárnio e Maldizer».
No me vale el argumento de que las actividades que organizaban eran muy interesantes, o que su comportamiento con los vecinos fue modélico mientras estuvieron allí. Aunque fuesen santiños que no conocen la mala intención no deberían tener autorización para saltarse la ley. Al hostelero que paga impuestos que no se le ocurra poner una mesa de más en la terraza, porque le cae una sanción que le arregla el mes, pero para el que se mete en propiedad ajena con una patada en la puerta todo son facilidades.
Es indignante, sí señor, pero lo que ha ocurrido también es a la vez clarificador porque aún había quien tenía dudas de las intenciones de los alcaldes de las Mareas. Sólo había que darles tiempo para que se mostrasen tal y como son. Y vaya si lo hicieron.