Juan Soto - El Garabato del Torreón

O Pablo o puerta

Los políticos están obligados a mentir, pero los ciudadanos están obligados a desenmascararlos

Quizá la verdadera democracia sólo consista en una mera confrontación dialéctica: los políticos están obligados a mentir; los ciudadanos están obligados a desenmascararlos. Cuando Iglesias proclamó la hora del botellón, se erigió en profeta del neochavismo y elevó la gamberrada a categoría intelectual, algunos advertimos (a quien leyere) de que en la lanzadera de palabras de aquel iluminado se escondía el peligro de la peor escoria fascioestalinista. Los hechos confirmaron el presagio. En efecto, en cuanto abrochó escaño y nómina, se autodesignó vicepresidente del Gobierno y comenzó a aplicarse a la tarea depurativa: o sumisión o puerta de salida.

En los territorios autonómicos, Iglesias no tiene inconveniente en sacrificar partido y dirigentes en el altar del culto a la personalidad. Quienes llegaron a creer que la política de Podemos para Galicia iba a ser diseñada en Galicia ya saben ahora la estafa que esconden los caudillismos disfrazados de frentes de liberación popular. Porque lo único tristemente cierto que se oculta tras el careo entre partidarios y oponentes a reeditar las coaliciones tripartitas de En Marea es que Galicia no significa para Iglesias otra cosa que un sumando en su contabilidad de votos estatales. Ni propuestas realistas, ni explicación de programas, ni exposición de ideas: el único objetivo es la proscripción de discrepantes y la captación de fanáticos.

En el ámbito político, lo malo no son las paranoias personales de los majaras sino las consecuencias generales de sus disparates. Mientras Iglesias y su servidumbre autonómica convocan a degollina, a los ciudadanos de Santiago de Compostela, La Coruña y Ferrol les han bastado ocho meses, los transcurridos desde las elecciones del pasado 24 de mayo, para comprobar el retroceso (a nivel social, asistencial, cultural, turístico, comercial y de servicios) al que conducen determinadas promesas, ofrecidas (y compradas, que es lo peor) como panacea redentora pero que, como casi todo lo que venden los charlatanes de feria, resultaron ser mercancía averiada.

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