Juan Soto - El garabato del torreón

Mucho más que una visita de paso

A estas alturas parece innecesario insistir en los efectos de un sector vital para el desarrollo de una ciudad como es el turismo

Guste o no a la tenaz y gruñona oposición, lo cierto es que la constitución de un Consello Municipal de Turismo es una de las más acertadas iniciativas adoptadas por el grupo gobernante del Ayuntamiento de Lugo, esta ciudad romana y jacobea «por la que el viajero pasa de largo», como escribió Graham Greene, cuando la visitó acompañado de su amigo Leopoldo Durán.

Bastaría con echar mano del casi siempre irrefutable argumento económico para justificar la puesta en marcha del Consello, pero a estas alturas de la película parece innecesario insistir en los efectos dinamizadores de un sector absolutamente vital para el desarrollo de una ciudad ajena a cualquier opción industrial y apenas dotada de una enclenque malla empresarial de tercer orden.

En contraste con tal indigencia, el potencial turístico de Lugo es enorme. Y prácticamente intocado. Las alternativas para poner en el escaparate de las agencias una oferta cuya polivalencia le confiere categoría de excepcionalidad son inagotables: desde una herencia arqueológica en constante fase de rescate y exposición, hasta un patrimonio monumental que abanderan dos edificios de rango mundial, la muralla y Santa Eulalia de Bóveda; del Arde Lucus al San Froilán, pasando por la tricentenaria cita del Antiguo Reino en la octava del Corpus; desde el figón tradicional y la exquisitez culinaria, a esas viandas para el espíritu servidas a través de una ruta de escritores y músicos lugueses; desde una red museística con sus nudos cada vez más conectados hasta el Festival de Música, único en España por sus características. Todo eso, y mucho más que todo eso, en una ciudad que es capital de una provincia abierta por el norte a las playas del Cantábrico, y por el sur a las cumbres y bosques de O Courel y O Cebreiro.

La creación, por fin, de un Consello Municipal de Turismo proporciona al menos un punto de esperanza. Y nos permite confiar en que Lugo deje de ser definitivamente «la ciudad por la que el viajero pasa de largo».

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