La memoria del espanto nazi

«No hay palabras que puedan reproducir el horror. Cuando yo hacía preguntas, mi padre me daba libros», cuenta Encarna Díaz, hija y sobrina de deportados

Canteras de Mauthausen en las que se dejaron la vida miles de prisioneros ABC
Rocío Lizcano

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Salieron de España escapando de la represión y la muerte, y más allá de los Pirineos encontraron el camino hacia los campos de exterminio nazi. «Cuando llegaron a Francia no había nadie para acogerlos, no había mantas, no había comida; sólo algunas gentes del pueblo que sentían pena al ver a aquellas personas tiradas en las playas», dice Encarna Díaz, hija y sobrina de deportados gallegos a los campos nazis, sobre las pésimas condiciones que el medio millón de republicanos españoles que cruzó la frontera en los últimos compases de la Guerra Civil española encontró en suelo francés.

Reinaba la conocida como política de apaciguamiento ante la amenaza de la Alemania de Hitler y Francia no esperaba con los brazos abiertos a los «rojos» huidos tras la victoria de los sublevados españoles. El padre de Encarna Díaz, Aurelio Díaz Hortas , y su tío, Victorino Díaz Hortas , dos lucenses de Outeiro de Rei, fueron apresados en las playas de Argelès y formaron parte del nutrido grupo de españoles que, extenuados y en condiciones infrahumanas, trabajaron en las canteras de Mauthausen para la construcción del campo principal y sus instalaciones subordinadas. Aurelio pudo vivir en mayo del 45 la llegada de las tropas americanas. Su hermano pereció en las cámaras de gas. «No hay palabras ni películas en el mundo que puedan reproducir el horror de los campos. Cuando yo hacía preguntas, mi padre me daba libros» , ilustra Encarna Díaz. «La mayoría de los deportados que sobrevivieron se suicidaron, ¡se sentían culpables! ¿Por qué yo estoy vivo y mi hermano no?», añade.

«A unos los mantuvo su fe, a otros la lucha por un ideal político. Los domingos hacían misa; tenían que hacerla a escondidas y las no creyentes eran las que vigilaban»

Pablo Iglesias Núñez

«Fueron víctimas de dos monstruos de la maldad : del fascismo, en España, y del nazismo después», apunta a su vez José Luis Martín Alamán Ferreiro, nieto de Martín Ferreiro , apresado en Estrasburgo en 1940 cuando presumiblemente trabajaba para la Resistencia, y deportado en diciembre de ese año a Mauthausen. «El campo se les quedó pequeño para tanto asesinato y construyeron el campo de Gusen, donde mi abuelo falleció el 23 de noviembre de 1941. Aguantó con vida once meses, una auténtica barbaridad en aquellas condiciones. En ese momento tenía 49 años », cuenta el nieto de este maestro de obras y promotor de obra civil, teniente de alcalde de La Coruña en julio de 1936, en el gobierno de Unión Republicana.

Martín Ferreiro Álvarez, Aurelio y Victorino Díaz Hortas son tres de los 193 nombres leídos el pasado lunes en el homenaje del Parlamento gallego a las víctimas gallegas del Holocausto, y a los «más de diez mil republicanos españoles que fueron deportados a los campos nazis por la colaboración del régimen fascista instaurado en España después de la Guerra Civil» , en palabras del presidente de la Cámara, Miguel Santalices.

«Por sus conocimientos de construcción, enFrancia se presentó voluntario y ayudó a reforzar la famosa línea Maginot, que tristemente no sirvió para frenar a Hitler»

José Luis Martín Alamán Ferreiro

Nieto de Martín Ferreiro Álvarez

El triángulo azul

Tres, explica Carmen García-Rodeja, portavoz de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (memoriahistorica.org) , fueron las situaciones de partida que para los republicanos gallegos, y españoles, desembocaron en los campos nazis. De un lado, los miles de refugiados reclutados al estallar la Segunda Guerra Mundial como soldados o trabajadores del ejército francés y capturados en 1940 por las tropas de Hitler como prisioneros de guerra; de otro, los que, caída Francia, se mantuvieron en las filas de la Resistencia combatiendo del lado aliado. Por último, el triste convoy de Angulema , uno de los primeros trenes de la muerte que condujo a 927 refugiados republicanos españoles desde el campo de internamiento de Les Alliers a un todavía incipiente Mauthausen. «Alemania pregunta al régimen amigo de Franco qué hacer con estas personas y aquí existen dos versiones. Una dice que España no contestó; la otra, que Serrano Súñer respondió que podían hacer lo que quisieran porque ya no eran españoles », apunta García-Rodeja, recordando el triángulo azul de «apátridas» —pero con una S de «spaniers»— que colgaría finalmente en su traje de rayas.

Rojo —el color asignado a los presos políticos— fue el triángulo que identificó a Mercedes Núñez Targa . Miembro del PSUC, al evacuarse Cataluña en enero del 39 la dirección del Partido Comunista le encomienda reorganizar el PC en La Coruña. Viaja a Galicia en marzo y es detenida en noviembre. En enero de 1942 obtiene la libertad condicional por un error administrativo. Las alternativas, apunta su hijo, Pablo Iglesias Núñez, son nulas, de modo que en julio de 1942 cruza a Francia bajo la identidad falsa de Francisca Colomer y se une a la Resistencia.

Mercedes Núñez Targa, testificando en Carcassonne contra su torturador de la Gestapo CEDIDA

«La gente le preguntaba si en ese momento era consciente del riesgo... Claro, respondía ella, estuve en la guerra y sabía que si me cogían no iban a tener piedad conmigo» , relata Iglesias. En enero del 43 encuentra trabajo como cocinera en el Estado Mayor de las fuerzas de ocupación nazis en Carcassonne y actúa como enlace con un grupo de guerrilleros hasta que en el 44 es detenida por la Gestapo y conducida al campo de Ravensbrük. Allí es seleccionada como apta para el trabajo y trasladada a un complejo de Leipzing para fabricar armamento. Mercedes Núñez y sus compañeras, relata su hijo, se involucran entonces en el sabotaje de obuses. «Los gestores nazis habían calculado que en esas condiciones de trabajo la esperanza de vida no superaría los nueve meses. Pero no contaban con la solidaridad de esas mujeres», dice Pablo Iglesias, subrayando el valor de esa motivación como acicate para la subsistencia. «Mi madre decía que el que llegaba derrotado al campo no duraba. Ella había perdido su fe por el trato que recibió de las monjas en la cárcel de Ventas, pero el que tenía fe se agarraba a su fe, otros a un ideal político y siempre con esa solidaridad... Ella contaba que los domingos hacían una misa; tenían que hacerla a escondidas y las que no era creyentes, pues eran las que vigilaban», relata.

Un adiós

Para el padre de Encarna Díaz no hubo tiempo para cumplir su propósito. «Papá pensaba pasar a Francia para continuar luchando, lo que pasa es que no le dio tiempo porque fueron apresados», relata. Cuando en 1939 cayó Barcelona, su madre estaba embarazada de ella. «Mi padre no quiso que cruzara la frontera porque sabía que no sobreviviría y la envió para La Coruña, donde estaba mi familia paterna. Le dijo haz tu vida y olvídame, porque sabían que era probablemente un adiós», apunta Díaz. Ella tuvo que esperar hasta los 11 años para reunirse con su padre en Francia, el tiempo necesario para que él recuperase salud, encontrase un empleo en la industria de Grenoble y reuniese suficiente dinero para pagar a los pasantes que condujeron clandestinamente a Encarna hasta él. «Mi padre no era 'rojo', era un hombre de corazón republicano y antifascista que se hizo comunista en el campo» , indica su hija.

«Personalmente, y analizándolo mucho con el paso de los años, creo que estos hombres y mujeres iban más allá del patriotismo, pienso que eran humanistas que tenían la utopía de buscar el progreso y la felicidad para sus compatriotas, y lo que encontraron fue la muerte», reflexiona José Luis Martín Alamán. Su abuelo, que lloró al cruzar desde su aldea de Quireza (en Cerdedo) a Portugal vestido con una camisa azul que lo camufló como falangista, y que desde distintos puntos en sus viajes para la Resistencia siguió escribiendo a sus hijos haciéndose pasar por una institutriz, se presentó voluntario por sus conocimientos de construcción para las compañías de trabajadores que ayudaron a reforzar la tristemente inservible Línea Maginot con la que Francia soñó frenar a Hitler. «Algunos lo verían como complicarse la vida» , dice su nieto.

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