Matemáticas

Al final, todo se reduce a una cuestión de matemáticas: quince son más que diez, por mucho que esos diez ganen las elecciones. Martiño Noriega debió creer que estaba ungido por la historia, llamado a ser el Ánxel Casal de la modernidad. El delirio tenía un cierto fundamento: sobre su persona se construyó el triunfo de Compostela Aberta. Pero erró al pensar que la oposición le tocaría las palmas como sucedió en Teo, donde el Bloque y el PSOE cedieron para una gobernanza dulce y plácida.

Hoy Compostela está desgobernada. Todo asunto que tiene que pasar por el pleno encuentra el rechazo de la oposición, a izquierda y derecha, y acaba en la papelera si previamente no se ha pactado. Y como esto ocurre las menos de las veces, Noriega tiene más actividad en mítines y platós de algunas televisiones nacionales —como si el rupturismo fuera la sexta maravilla del mundo— que en Raxoi.

La principal crítica que cabe hacerle al alcalde —sin aditivos grotescos— es su falta de cintura, su obstinación en imponer su modelo de ciudad —apenas votado por un 35% de los electores— a la mayoría social, que quiere menos sectarismo e ideología, menos impuestos, menos paternalismo y una pizca menos de soberbia. Noriega, médico de profesión, está probando una amarga medicina, y volvería a equivocarse si abandona alegando peregrinas justificaciones sobre la incapacidad para gobernar. Sobre todo si lo que busca son excusas para colmar otras aspiraciones.

Pero cabe preguntarse igualmente a qué juega el PSOE, y especialmente ese Paco Reyes que, misteriosamente, no ha dimitido como portavoz tras el fiasco monumental de las municipales. Si no le gustaba Noriega ni su proyecto, que no hubieran permitido su elección, pero que ahora no bloqueen la capital de Galicia para intentar hacer olvidar la humillación sufrida. Así le va al PSOE.