Galicia

La mano tras la catástrofe

La explosión de Paramos, en mayo de 2018, obligó a los psicólogos a redactar un protocolo para sucesos colectivos que ahora sale a la luz

Zona cero de la explosión, que dejó decenas de casas destrozadas MUÑIZ

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Las catástrofes no son eventos habituales, pero marcan puntos de inflexión en la vida de las comunidades . Se trata de acontecimientos siempre presentes en el calendario, que pasan a formar parte del imaginaro colectivo y que en ocasiones inducen a cambios sociales. El accidente del Alvia es la catátrofe más luctuosa de la historia reciente de los gallegos por el número de víctimas y afectados y por las dimensiones que alcanzó. Angrois quedará eternamente vinculado a este accidente ferroviario , al igual que Paramos evocará la explosión pirotécnica que se llevó por delante la vida de un matrimonio y dañó más de 350 viviendas, quedando una treintena de ellas -las de la zona cero- completamente destruidas. Estos dos momentos obligaron a replantear normativas, formas de actuar y también de ayudar. Porque, explican desde el Colegio Oficial de Psicólogos de Galicia, «este accidente fue el punto de partida para la elaboración del ‘Protocolo post-catástrofe’; provocó dos víctimas mortales, docenas de heridos y 30 familias perdieron sus hogares , lo que generó una gran necesidad de atención psicológica. Tras la intervención en la emergencia del Grupo de Intervención Psicológica en Catástrofes y Emerxencias se generó una situación de descoordinación, que tuvo como consecuencia que la propia población afectada se movilizase reclamando una atención psicológica accesible».

De este vacío asistencial nació un documento elaborado por los expertos, que remarcan la importancia de una adecuada terapia postcatástrofe, tanto a nivel colectivo como individual: «Una apropiada atención psicológica tras el suceso crítico, sin la demora en el tiempo que hoy en día existe , permitiría prevenir los trastornos psicopatológicos que pudiesen agravarse o cronificarse por no proporcionar una intervención más inmediata». El texto, al que ha tenido acceso ABC, plantea que es preciso articular un nuevo protocolo que vaya más allá del vigente en la actualidad, que se prolonga únicamente hasta 72 horas después de que se produce el hecho. Un tiempo insuficiente para la atención de las víctimas, para las que se propone una división en tres niveles empezando por el 1 en el caso de los afectados directos hasta los niveles 5 ó 6, que incorporan a personas vulnerables por la cercanía al evento crítico e incluso familiares de sanitarios o bomberos que pudieron participar de la atención a los damnificados.

Así, el documento estipula que el primer paso tras las 72 horas en las que las víctimas están en manos de los Grupos de Intervención en Emergencias pasa por un cribado en el que se valorará la inclusión (o no) de cada persona, previa derivación a los expertos en salud mental del centro médico de referencia. En este punto, se establece la creación de un equipo interdisciplinar que incluya un psicólogo clínico, un médico de Atención Primaria, Pediatría, Enfermería y Trabajo Social . «De forma aproximada -anota el texto- se establecerá un profesional de psicología clínica por cada 100 afectados». A partir de ahí, los expertos abogan por una intervención psicológica breve (5-10 sesiones), en los casos de gravedad leve a moderada, y con un formato que puede ser individual o grupal «dependiendo de las características del suceso» . Cuando el escenario psicológico sea más grave, apuestan por habilitar una vía rápida o preferente para derivar a esta persona a su centro de salud mental especializado de referencia.

Una vez realizada la evaluación inicial (entrevista/pruebas psicométricas) el objetivo del protocolo es iniciar una intervención «lo más rápido posible» que deberá producirse a partir de la primera semana y siempre antes del primer mes del evento traumático. Los redactores de esta guía para catástrofes indican que la finalidad es ayudar a restablecer el equilibrio emocional previo «utilizando técnicas recomendadas en las guías de práctica clínica», que en su mayoría pertenecen al enfoque cognitivo-conductual ( desensibilización sistemática, exposición gradual, adiestramiento en relajación, ejercicios de respiración ). Además, en este punto y dadas las particularidades de estos sucesos, señalan la opción de realizar intervenciones individuales o de tipo grupal. Este nuevo mapa, nacido a raíz de una carencia en el plano mental que las propias catástrofes destaparon, insiste en la atención temprana, en la accesibilidad y en no desatender momentos posteriores en los que una mano tendida puede ser tan fundamental como durante el propio hecho.

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