Luis Ojea - La semana

Hooligans, sectarismo y propaganda

La izquierda, sobre todo cuando gobierna, quiere reducir el debate político a una discusión Madrid-Barça

Vivimos en un país con mucho hooligan , pero la sociedad tiene más memoria y más conciencia de la realidad de lo que algunos se creen. La izquierda, sobre todo cuando gobierna, quiere reducir el debate político a una discusión Madrid-Barça. O estás conmigo en todo, o eres un sucio hincha del enemigo. ¡Culé! Y tú, ¡merengón! Un ejercicio de sectarismo y reduccionismo absurdo y pueril con el que intentan cerrar filas y evitar fugas en su menguante parroquia. Sin embargo, como ha señalado Javier Lambán, «salvar vidas está muy por delante de salvar políticamente a Sánchez». Sí, por mucho que les pese a otros socialistas como Gonzalo Caballero, a rupturistas como Antón Gómez-Reino y a los forofos de ambos partidos que prefieran tapar el sol con el dedo y hacernos comulgar a todos con ruedas de molino.

¿Cómo? En el plan diseñado por el equipo monclovita de propaganda es muy importante adormilar a la población. De ahí, las alocuciones de Pedro Sánchez y sus ministros en televisión. Presencia continua, mucha falsa empatía, tono paternalista -casi infantiloide- y fingida retórica bélica. Discursos tan castristas en duración como vacíos de contenido . Y en esa estrategia sobran los periodistas y sus preguntas porque entorpecen el relato. Hay que hibernar la conciencia crítica de los ciudadanos para que los españoles olvidemos que este Gobierno obvió las alertas internacionales de la pandemia y reaccionamos tarde y mal.

Segunda fase, inocular datos sesgados en el imaginario colectivo para convencernos a todos de que lo están haciendo de cine. Como la credibilidad de los discursos gubernamentales es cada vez más limitada conforme avanzan los días de cuarentena –dadas su constante improvisación y frecuentes tropiezos–, Moncloa empezó a distribuir a organismos y medios internacionales cifras si no infladas al menos descontextualizadas, no contrastadas y carentes de rigor para después usar esas fuentes exteriores como demostración de su verdad. El Financial Times o la OMS entre otros. Trilerismo . Los mismos que dicen perseguir bulos haciéndose trampas al solitario. Hay que persuadir a los ciudadanos de que en España se está gestionando la crisis mejor que en otros países pese a que no sea verdad. La construcción de una ficción.

Y la tercera etapa del plan, silenciar cualquier atisbo de discrepancia para que no se derrumbe el castillo de naipes. Para ello, la Moncloa ha intentado amedrentar a la población. Primero amenazando con una monitorización de las redes sociales. Y ahora, insultando a quien se atreva a criticar al Gobierno. «Ustedes representan el odio, la hipocresía y la miseria moral y les aseguro que España y nuestro pueblo una vez más como en el siglo XX se quitará de encima la inmundicia que ustedes representan». Pablo Iglesias, vicepresidente del Gobierno. Hay que callar a los disidentes . Que sepan que si se atreven a denunciar los errores del Ejecutivo Central serán tachados de fachas. Hay que asentar el relato como verdad única e irrefutable.

El relato. El problema de este Gobierno es que parece más preocupado por ese relato de ficción que por afrontar la crisis sanitaria. Les importa más lo que parezca que lo que es en realidad. La impostura de la izquierda. Por eso Iglesias se olvida –y quiere que todos olvidemos– que fue él –y no esos inmundos fachas que ve por todos lados– quien en 2016 afirmó sin ruborizarse que «debemos politizar el dolor» . ¿Ahora ya no conviene? ¿Por qué antes sí y ahora no? ¿Por qué la izquierda -los líderes y sus forofos- son incapaces de hacer un mínimo de autocrítica? ¿Estarían haciendo y diciendo lo mismo si el presidente fuese Mariano Rajoy? Todos, también ellos, sabemos la respuesta a estas preguntas.

Ese es el drama. Y la explicación. Que afrontar la crisis sanitaria ha dejado de ser una prioridad para este Gobierno. Que lo que llevan semanas intentando es hibernar la conciencia crítica de los ciudadanos, construir una ficción en la que lo han hecho todo de maravilla y amedrentar a quien disienta de la versión oficial. El problema –como dijo Lincoln– es que «puedes engañar a todo el mundo algún tiempo, puedes engañar a algunos todo el tiempo, pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo» . Los hooligans de PSOE y Podemos tragarán con el cuento de hadas elaborado en Moncloa, sí, pero una parte creciente de la sociedad -incluso entre los otrora votantes socialistas y rupturistas- están hartándose de esta operación de propaganda y de tanto sectarismo acrítico.

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