Luis Ojea - La semana
Dos hombres y un destino
Sánchez finge negociar la formación de gobierno, pero desea, y utiliza todo tipo de artimañas arteras para conseguirlo, unas nuevas elecciones
Mariano Rajoy presumía de ser un personaje previsible, pero en realidad era mucho menos previsible que Pedro Sánchez y Gonzalo Caballero. Rajoy a veces sorprendía. El actual presidente del Gobierno, en cambio, no defrauda. Nunca. Que nadie espere encontrar jamás un mínimo atisbo de responsabilidad en la actuación de Sánchez. Ni tampoco algo parecido a la sensatez en el discurso público del secretario general del PSdeG. Uno ha dejado al país en manos de aspirantes a guionistas de El ala oeste de la Casa Blanca, Borgen, Juego de Tronos y House of Cards. Y el otro ha fiado su destino al papel de palmero de los desvaríos de su jefe de filas.
El verano no ha cambiado nada. Si cabe, ha empeorado la situación. Sánchez se ahoga en la frivolidad y arrastra a todo el país hacia el precipicio. Finge negociar la formación de gobierno, pero desea, y utiliza todo tipo de artimañas arteras para conseguirlo, unas nuevas elecciones. La noche del 28A decidió volver a tirar los dados. El resto es una burda impostura. Vive instalado en el postureo, convencido, y no es el único, de que importa más lo que parece ser que lo que es. Y dispuesto, en todo caso, a trasladar a la política el viejo juego del trile. Lo único que le preocupa es imponer su relato, un mero eufemismo de lo que antes se denominaba llanamente propaganda.
Una estrategia de la que está preso Gonzalo Caballero. El presunto líder del socialismo gallego ha vuelto a demostrar este verano que no está dispuesto a desviarse ni un milímetro del discurso dictado por la Factoría de Ficción que Sánchez e Iván Redondo han montado en la Moncloa. Ni una coma. Se le podrán reprochar muchas cosas al secretario general del PSdeG, pero nunca se le podrá recriminar que exprese pensamientos propios, al menos aquellos que pudiesen contrariar a su jefe de filas. Aunque ello suponga precipitarse al abismo del ridículo.
Y eso es lo que está haciendo al callar ante el secuestro de fondos autonómicos perpetrado por el ejecutivo central. Otros líderes territoriales del PSOE han levantado la voz para exigir al gobierno que pague la deuda contraída con sus comunidades. Caballero no. Caballero prioriza los intereses partidarios de Sánchez al interés de Galicia. Traga y, además, como si tuviera que hacer méritos ante un jefe que no lo tiene en demasiada estima, reproduce el argumentario con el que Ferraz trata de disimular lo que no es más que un burdo chantaje en el que los ciudadanos son rehenes de la estrategia de unos Sorkin de medio pelo.
El drama es ese. No ya solo la frivolidad con la que este tipo de personajes se toma la política, sino, sobre todo, las consecuencias que ello tiene y tendrá para el conjunto de la sociedad. Ese es el problema. Las consecuencias. Pedro Sánchez y su irresponsabilidad están abocando al país a una nueva recesión. El programa electoral que ha presentado esta semana, la oferta trasladada a Podemos no era más que eso, confirma que el PSOE está dispuesto a repetir viejos errores. Los mismos que Zapatero. La misma equivocación garrafal. La desaceleración económica no se combate con más gasto público. Eso es una gran falacia. Y una gran hipoteca que habrá que pagar. ¿Quién? Todos y con intereses. No, no se necesita más despilfarro. La frivolidad de hoy solo conduce a un mañana con más desempleo y más empobrecimiento.
No es fácil, hay que reconocerlo, ser Gonzalo Caballero. Su papel de palmero de Sánchez y sus irresponsabilidades lo conduce a un naufragio seguro. Y a pesar de ello, el presunto líder del socialismo allego parece dispuesto al suicidio. Un suicidio a plena luz del día en la Plaza Mayor. Sí porque, tras meses escondiéndose y huyendo del Parlamento, ahora, a partir de esta próxima semana, evidenciará todas sus carencias en cada pleno de la cámara. Los cronistas políticos conocían de sobra las naderías de su discurso. Ahora las exhibirá delante de toda la sociedad. Otro quizás intentaría aprovechar la ocasión para enderezar el rumbo y seguramente acabaría entendiendo que la política no es una serie de televisión. Pero Caballero, al igual que Sánchez, es previsible. De esos personajes que no defraudan. Dos hombres y un destino. Una apuesta segura al fracaso.
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