Luis Ojea - LA SEMANA

El día después

Los gobernantes incompetentes van a errar también en el diseño de la salida a la crisis sanitaria

En una situación como esta no conviene lanzar las campanas al vuelo antes de tiempo, pero los últimos datos de la evolución de la pandemia parecen indicar que nuestro país el incendio va camino de ser controlado. No precisamente por la pericia demostrada por el Gobierno central, pero lo cierto es que afortunadamente empieza verse la luz al final del túnel. Lo que no sabemos con certeza es cuándo podremos dar por sofocado el fuego ni cómo será el día después. ¿Cómo volveremos a nuestras vidas de antes? ¿Cuánto nos habrá cambiado todo lo que hemos vivido? Y ¿qué lecciones habremos aprendido de toda esta situación? Pocas certezas, pero una intuición. Los gobernantes incompetentes que obviaron las alertas de organismos internacionales y que demostraron una supina ineptitud, una extrema incompetencia y un alto grado de negligencia en la gestión de la crisis sanitaria van a errar también muy probablemente en el diseño del plan de salida. De hecho, la frivolidad y radicalismo que están evidenciando solo pueden conducirnos a una profunda recesión, de mayor magnitud y duración que la sufrirán países de nuestro entorno donde se afronte el reto sin dogmatismos partidistas y sectarismos trasnochados.

Hay quien ve en esta encrucijada una oportunidad para hacer caer el sistema. O al menos para cambiar las reglas de juego. Y no disimulan nada. En plena crisis sanitaria, mientras cientos de personas morían cada día, una ministra de este país no tuvo reparos en poner en la diana a los empresarios. Algunos siempre han confundido molinos con gigantes. Y lo terrorífico es que ahora están sentados en la mesa del Consejo de Ministros y van a tratar de imponer sus recetas caducadas. Más intervencionismo y más proteccionismo. No, cuanto todo esto pase no deberíamos seguir recorriendo ese camino.

Seguir esa senda sería un error garrafal. Incluso mayor que la irresponsable improvisación y discutibles ocurrencias que han ido exhibiendo a lo largo de esta crisis. Decretos que paralizan un país publicados a las once de la noche de un domingo, ministros que contradicen a otros ministros día sí y día también o la absoluta incapacidad para diseñar un plan coherente, solvente y mesurado de salida tras semanas de cuarentena y confinamiento. Cuando todo esto pase será tiempo de exigir que se depuren todas las responsabilidades.

Y también de un rápido repliegue del Leviatán. No, no se afrontaría mejor una crisis como esta, ni como ninguna otra, con más Estado. Al contrario. Benjamin Franklin advirtió hace mucho tiempo, y nunca deberíamos olvidarlo, que «aquellos que renuncian a la libertad para comprar un poco de seguridad no merecen ni libertad ni seguridad». Las restricciones de derechos fundamentales no deberían durar ni un segundo más del estrictamente necesario. Las intervenciones extraordinarias en la economía y el mercado no deberían prolongarse tampoco ni un minuto más de lo estrictamente preciso. Ahora estamos aceptando muchas decisiones, muchas de ellas cuestionables, para garantizar la protección de la salud pública. Pero cuando todo esto pase deberíamos desmontar el megaestado que se ha ido construyendo estas últimas semanas con poderes extraordinarios de los que la administración pública —todas— deberían desprenderse con urgencia.

Desgraciadamente las declaraciones públicas de algunos políticos de la izquierda gallega apuntan en la dirección equivocada. No, más gasto público no nos vacunaría frente a situaciones extraordinarias como esta. No hay dinero en el mundo que pueda sostener eternamente un sistema sanitario como el que se ha desplegado para afrontar una crisis extraordinaria como la de la Covid-19. Ni tampoco para sufragar las extraordinarias prestaciones que se han estado habilitando estas últimas semanas. De ambas crisis, la sanitaria y la económica, no deberíamos salir con más Estado sino con menos Estado.

Aún estamos luchando contra el coronavirus. Ahora la prioridad es salvar vidas . Pero ya podemos empezar a imaginar el día después. Y ese día, ese nuevo futuro, no debería gestionarse ni con la incompetencia con la que se afrontado esta crisis ni desde el sectarismo y el populismo que algunos han estado exhibiendo cuando más responsables deberían haber sido.

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