Luis Ojea - La semana de Ojea
Las cartas boca arriba
En las autónomicas habrá dos opciones: refrendar al gobierno Frankenstein o mantener al centroderecha como contrapeso a los delirios que van a brotar desde la Moncloa
Voilà, c’est fini. Una investidura y se soluciona de una tacada la emergencia climática y el hambre en el mundo. De repente, este país afronta un futuro lleno de oportunidades. Se acabó la precariedad laboral. Adiós a la desigualdad que genera el malvado capitalismo. Hasta se podrá superar la crisis demográfica. Sí, no lo duden, todos seremos más felices. Por decreto. Y que a nadie se le ocurra discrepar o será tachado de fascista y golpista .
Ese es el escenario al que nos conduce la investidura de Pedro Sánchez. Un personaje sin pasado, libre de contradicciones y en posesión de la verdad absoluta. El nuevo Mesías de la progresía no es un vulgar político de los de antaño. No, él no pretende gestionar los problemas que acucian al país y a los ciudadanos. Él ha llegado para alumbrar un nuevo régimen .
Lo ha dejado meridianamente claro en su discurso. La ley no basta . En cualquier otro país, de esos civilizados y con una larga tradición democrática, una afirmación de este tipo hubiese inhabilitado a quien la pronunciase para seguir aspirando a dirigir un gobierno, aunque fuese el de la comunidad de vecinos del edificio. Pero en este país no hay tanta veneración por el Estado de Derecho. Es un concepto demasiado frío.
Por eso se ve con suma naturalidad que el presidente del Gobierno sustente su mayoría en 13 diputados a lo que no les importa un rábano confesar en la tribuna del Congreso de los Diputados que les «importa un comino» la gobernabilidad de España y que ellos apoyan su investidura porque creen que es una oportunidad para subvertir el régimen del 78, promover la independencia de Cataluña y conseguir la amnistía de los líderes de la sedición separatista de 2017.
Por eso, además, se percibe sin tribulación alguna que el Mesías acepte sin rubor la abstención de cinco parlamentarios a los que les cuesta condenar los crímenes de ETA. Y vaya incluso a meter en el Gobierno a un partido que considera que Venezuela o Cuba son las referencias de progreso en las que mirarse.
Y cuidado con que ese horizonte les quite el sueño. El Ministerio de la Verdad nos marcará los límites. Si alguien se atreve a disentir del nuevo régimen será expulsado del paraíso. O estás con Sánchez, o no eres demócrata . Si tienes memoria y recuerdas todo lo que decía Sánchez hace apenas dos meses, eres un fascista. En la neolengua del nuevo tiempo no tienen cabida ni la crítica ni la discrepancia.
Sí, la investidura del nuevo Mesías de la progresía abre una nueva era en este país. No porque su gobierno vaya a ser longevo –de hecho lo más probable es que no dure mucho–, sino porque aboca a España a un grado extremo de polarización social. El sanchismo ha hecho saltar por los aires los consensos de la Transición y nos aboca a un tiempo político de hooliganismos.
Y no es cierto que no hubiese otra opción dada la aritmética parlamentaria de esta legislatura. Cualquier político sensato y prudente hubiese explorado un acuerdo de gobernabilidad con el resto de fuerzas constitucionalistas. Renqueasen más o menos el resto de partidos de ese espacio, ese entendimiento sería posible. Pero Sánchez no buscaba ese tipo de gobierno. Él parece de ese tipo de personas que se creen sus propias mentiras . Y debe creerse que ha venido al mundo para alumbrar un nuevo régimen.
Rotos todos los puentes, con la propia historia de su partido y con cualquier otra organización que respete los consensos del 78, el tablero político en España queda fragmentado en dos. Y en ese terreno de juego se van a jugar las autonómicas de este año.
Sea cual fuere la fecha que elija el presidente Feijóo para los comicios gallegos, en esas elecciones los ciudadanos solo tendrán dos opciones. O refrendar el gobierno Frankenstein de Pedro Sánchez con el comunismo, el independentismo catalán y los abertzales. O mantener en la Xunta al centroderecha como contrapeso a los delirios que van a brotar torrencialmente desde La Moncloa. Al menos la investidura de esta semana ha dejado todas las cartas boca arriba.