Juan Soto - El garabato del torreón

También esta vez saldremos

Galicia está hecha a momentos sombríos; muchos de ellos los vivieron nuestros antepasados

La gran pandemia del siglo XX fue la de 1918, la gripe del 18: se cobró más de cincuenta millones de vidas . Para ahuyentar el pánico, como pasa con algunas risas flojas, entre la gente del chascarrillo y la prensa chusca se la llamaba «el soldado de Nápoles», porque su explosión coincidió con el estreno en Madrid de la zarzuela «La canción del olvido», del maestro Serrano, cuyo número más popular es el de la rondalla que canta aquello de «Soldado de Nápoles / que vas a la guerra».

En Galicia, la incidencia fue tremenda . Se llevó por delante a viejos, jóvenes y niños. El doctor Narciso Carreró, catedrático de Medicina Legal, murió a consecuencia de haber sido contagiado por sus pacientes. Como todas las pandemias, el alcance de la gripe del 18 fue geográficamente universal y socialmente transversal. En Compostela cayeron tres catedráticos de su Universidad. En Lugo, cuenta Ánxel Fole –por entonces un tímido y asustadizo quinceañero– había día en el que desfilaban hacia el cementerio más de treinta entierros. Muchos comerciantes tenían sobre el mostrador una bandeja y una jofaina con alcohol. Pedían a los clientes que depositasen las monedas en la bandeja. Luego, las vaciaban en la jofaina, suponiendo que así quedarían desinfectadas.

Galicia está hecha a situaciones difíciles y a momentos sombríos. Nuestros antepasados supieron muy bien de otras epidemias inmisericordes: la del hambre, un azote que nos visitó más de una vez, siempre despiadado e implacable... Con los pobres. Rosalía dejó escrito su recuerdo de las calles de Compostela llenas de «bandas de infelices hambrientos». Y Murguía supo de los habitantes de muchas aldeas luguesas que se veían obligados a pastar (literalmente: a pastar) para sobrevivir: arrancaban las hierbas de los terrones y las engullían sin más . Así eran aquellas hambres bíblicas, que se decía que entraban nadando y contra las cuales de poco valían las procesiones en rogativa «pro serenitate temporis».

De todo aquello y de mucho más fuimos saliendo los gallegos. Y también saldremos de esta.

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