Juan Soto - EL GARABATO DEL TORREÓN
Puertas abiertas al virus
Imaginar lo que pueden ser las playas en Galicia en julio y agosto pone los pelos de punta
Hace un par de días, un periódico local publicaba la carta de un cristiano que había viajado de Zamora a Viveiro (tres provincias por medio) sin haberse tropezado con un solo control. Llámennos alarmistas, pero imaginar lo que pueden ser las playas gallegas en julio y agosto pone los pelos de punta.
No es caso excepcional. La gente se mueve por dónde le da la gana y cómo le da la gana. Obviando sus propias recomendaciones y su obligación de ejemplaridad, son muchos los políticos que alardean de su desprecio por la salud de todos. El otro día, por el mismísimo centro de la ciudad, me crucé con la concejala que el BNG ha conseguido endosar al gobierno local. Parece buena chica. Inservible, poseedora del exorno pelirrojo de la ignorancia supina, pero, en fin, buena chica. Iba la mujer a jeta descubierta, sin asomo de mascarilla ni el Dios que la fundó, como si en vez de estar atravesando por medio del Covid 19 se estuviera paseando entre nubes de un edén donde todo sueño puede hacerse realidad, incluso el de cobrar dedicación exclusiva y no sabe hacer la o con un canuto.
Hacía calor. Estaba en pleno vigor la obligación de la mascarilla en los espacios públicos. Y la calle, que sepamos, es un espacio público (no estamos seguros: en España la expropiación empieza a alcanzar límites un poco inquietantes). Si en ese momento hubiese pasado un coche patrulla de la Policía Local (permítasenos la incursión en el género de la ciencia-ficción: coche, patrulla, Policía Local) uno de los ocupantes habría tenido que inquirir de la despreocupada jovenzuela sus motivos para contravenir lo dispuesto por el equipo médico habitual acampado en El Pardo, digo en La Moncloa.
Me da a mí, no sé por qué, que la joven es de las que se sublevan por la pata abajo cuando ven un letrerito escrito en español. O cuando en un ambón municipal se utiliza el idioma del Imperio. Fuera de eso, ¿lo demás que importa? Me soplan (los conspiradores que no paran, las lenguas viperinas, las vecindonas del visillo, los fachas, los machistas) que la muy señora mía lleva sobre sus hombros la onerosa carga de la política cultural en ámbito municipal, saco sin fondo donde saltan, como rabos de lagartija, subvenciones, cuentas, abalorios y, si se pone a tiro, un poquitín de mordida. Dios nos coja confesados. Menos mal que no lleva el área de la Sanidad. O el severísimo negociado de cementerios. Aquí, en lo de pala y fosa, podría dar mucho juego: primero infectar y luego «bótalle terra». ¿Ustedes se acuerdan de aquello que cuenta Castelao en «Os dous de sempre»? «Bótalle terra por riba… e nada máis». Castelao, Castelao, Castelao… «Sóname. Seica era dos nosos», pensará la infectante.