Juan Soto - El garabato del torreón
En Nadal, panxoliñas
El patrimonio musical de Galicia constituye un tesoro inmenso. Inmenso y, en buena parte, todavía oculto
Estos días, el fondo musical de Galicia corre por cuenta de los villancicos, que aquí preferimos llamar panxoliñas o panxolas. Desde mediados de diciembre y hasta que los Magos regresen a Oriente se multiplican los conciertos corales, unos mejores y otros peores pero todos con al menos media docena de «cantos de Nadal» en los respectivos programas.
Que nos corrija, si viene al caso, el profesor Carlos Villanueva, nuestro admirado amigo, pero tenemos la impresión de que el de las panxoliñas es un mundo del que queda mucho por explorar. Un espléndido e inagotado tesoro. En los tres tomos del cancionero de Pérez Ballesteros apenas asoman los villancicos (el ilustre folklorista compostelano opta siempre por el término castellano). Una de las escasísimas muestras del género que aparecen anotadas («...moito estimara / darche un bó leito...», que todavía se canta) consta como recogida en Viveiro. En la manoseada colectánea de Bal y Torner, más que paxoliñas propiamente tal figuran cantos de aguinaldo y cantos de Reises, detalle un tanto extraño porque Bal dedicó mucha atención al villancico español del XVI. Algunas de sus transcripciones para canto y piano están publicadas en México, recién terminada nuestra guerra civil.
Quizá fue Pedro Echevarría, burgalés incrustado en Galicia (recuérdese que dirigió las bandas de música de La Coruña y de Santiago de Compostela), el rescatador del popularísimo villancico «Con un sombreiro de palla», que estos días se escucha por todas partes, muchas veces en la transcripción («domesticado», diría Adolfo Salazar) de Julio Domíguez, actual representante de la admirable cantera de músicos nacidos en Ponteareas.
Por lo visto, a instancias de su sobrina sor Natividad, clarisa profesa en Monforte, compuso Montes el villancico «En Belén hai moita festa». Siempre popular y constantemente interpretado, pero ahora famoso ya internacionalmente gracias a Carlos Núñez y al Cuarteto Quiroga. De Montes queda mucho papel que levantar. En las clarisas de Monforte, en el seminario y en la catedral lucenses, entre el legado de Vicente Latorre, su discípulo y pariente. Y lo mismo que decimos de Montes vale para Pacheco. Porque aunque ya hay muchas partituras del maestro mindoniense que gozan la fortuna de la exhumación, no es aventurado suponer que quizá otras tantas queden por desempolvar.
El patrimonio musical de Galicia constituye un tesoro inmenso. Inmenso y, en buena parte, todavía oculto. ¿Dónde habrá ido a parar el material de aquel «Cancionero de la provincia de Lugo», que el profesor Adrán Cambón y otros empezaron a recoger en los primeros años 40 del siglo pasado? ¿Dónde dormirá ese valioso caudal de nuestra música popular?