Juan Soto - EL GARABATO DEL TORREÓN

El museo de la imprenta

Las razones para ir a Mondoñedo crecen: la casa de Cunqueiro y también el museo imprenta

Hay que ir a Mondoñedo no una vez al año sino una vez por estación, al menos. Sobran motivos para echar un día, una semana o la vida entera en la ciudad más bella de Galicia (no cuenta Compostela, que es otra cosa) y entregarse a la serena complacencia -repitamos la letanía del Nobel ensimismado- de las viejas piedras, las viejas hiedras, las viejas tradiciones, las viejas iglesias y «las viejas nubes gallegas».

De poco tiempo a esta parte las razones para ir a Mondoñedo se han reforzado con dos argumentos de mucho peso: la casa museo de Cunqueiro , todavía necesitada de socorro, y el museo de la imprenta . Que me perdonen en Monterrei, que Dios bendiga el Missale Auriense y que no se agiten en su tumba los huesos de don Antonio Rey Soto, pero no hay en Galicia lugar más apropiado que Mondoñedo para acoger un museo de la imprenta. Filgueira Valverde, que era hombre de mucha erudición, decía que de las tipografías de Mondoñedo, desde el Boletín del Obispado hasta las hojillas republicanas de Hoy, habían salido no menos de sesenta publicaciones periódicas y más libros de los que suelen aparecer registrados, porque muchos de ellos se tiraban sin colofón ni pie de imprenta.

Lástima que el único testimonio de la protohistoria de la imprenta mindoniense se encuentre en Portugal . Es el que los bibliófilos llaman «el incunable de Mondoñedo», en 58 hojas de letra gótica y del que se desconoce casi todo, desde el nombre del impresor hasta el año exacto de su salida «en la villa mayor de Mondoñedo». Este confesionario («breve forma de confesión», se anuncia en la hoja que lo abre) se guarda en la que llaman Biblioteca e Arquivo Distrital de Évora, si bien la Xunta publicó hace veintitantos años una edición facsímil bastante decente.

En cualquier caso, lo que sobran en Mondoñedo son incunables . En la biblioteca del seminario no hay menos de treinta, muchos pertenecientes al obispo Cuadrillero, según aprendimos del sabio sacerdote Darío Balea , fallecido cuando todavía tenía mucho que enseñarnos a todos.

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