Juan Soto - El Garabato del Torreón
Un mundo que se va
Esta pandemia se ha llevado también un modo de entender el mundo
Última hora del coronavirus en Galicia
La casa que habito abre su fachada a un antiguo convento de dominicas, a una calle que Lugo dedicó a la liberación del Bilbao sitiado por los carlistas, y a una construcción estéticamente inmisericorde, levantada sobre el solar que ocupó la banca de Pedro Romero y Hermanos. Por la parte posterior, asoma a las traseras, bastante inmundas, de un urbanismo deteriorado, apenas poblado, donde la incuria se ha adueñado de lo que un día fueron tranquilos patios de alivio.
Parece mentira, pero por aquí hubo, hasta hace un par de meses, un cierto alboroto de mostrador abierto, gentes ajetreadas, pensionistas sellando la bonoloto y amas de casa engullendo vermú con aceitunas en la terraza de una cafetería. De todo aquello apenas siguen viviendo los espectros de la memoria. I ncluso el silencio de la calle para nada se parece a aquel otro al que el territorio quedaba sometido cuando se apagaba la luz del último escaparate.
Esta pandemia, que no distingue entre armiños de reyes, harapos de mendigos o casullas de clérigos, no solo ha arrebatado miles de vida: se ha llevado también un modo de entender el mundo, incluso un mundo tan gris y rutinario como en el que se sumergen todas las ciudades, villas y aldeas de Galicia. Es imposible que después de un cataclismo las cosas vuelvan a ser como antes. Se repite otra vez aquella paradoja que el evangelio de Juan esconde en un grano de trigo: para vivir hay que morir. Ya sabemos que el nuestro era un paisaje aplastado por el peso de cielos morados , enmarcado en la monotonía de las provincias de color sepia: mercerías, tabernas, reverentes catadores de pulpo, señoras de cierta imbecilidad planetaria y concejales perfumados con Varón Dandy y un poquito de caspa en los hombros.
Cuando volvamos a asomar la cabeza, comprobaremos que han desaparecido, tal vez para siempre, tiendas modestas, negocios familiares, pequeños almacenes y minúsculos comercios. Y el bar del barrio. El virus también dejará diezmada a la hostelería de corto calado, un sector que en ciudades como las nuestras emplea más mano de obra que Pescanova y Alcoa juntas.
El nuestro era mundo, quizá, de nubes atormentadas, habitado por polillas y fantasmas. Sí, tal vez fuera solo eso, no lo negaremos. Pero era nuestro mundo. Y no lo cambiaríamos por ningún otro.