Juan Soto - El garabato del torreón
A Mariña, ante el precipicio
Alcoa nos incumbe a todos los gallegos. Casi 600 trabajadores en el paro son 600 familias dejadas a la intemperie y con el futuro cerrado a cal y canto
El dominio de Cervo fue, en los esperanzadores días de la Ilustración, asiento del primer horno alto de España. Aquel proyecto duró menos de lo deseable. Se agrietó en 1809, cuando por las calles de Ribadeo fue arrastrado el cadáver de Ibáñez cosido a puñaladas, y se hizo añicos en 1875, como sus últimas lozas estampadas. No fue posible recuperar el viejo sueño industrial hasta 1970. Desde entonces, ahí sigue.
Simbolismos aparte, la gran industria de Cervo es, desde hace más de cuarenta años (estamos viendo a los Reyes y al entonces vicepresidente Calvo-Sotelo, aquel octubre de 1980) el enorme complejo de Alcoa , que los lugueses seguimos llamando Alúmina , como en los tiempos de su puesta en marcha, no exenta de pancartas agitadas, dicho sea de paso, por algunos de los que hoy encabezan la oposición al desmantelamiento. Arrepentidos quiere el Cielo.
De los juegos empresariales de Alcoa poco sabemos: Pensilvania nos queda muy lejos a los catetos. Lo que no ignoramos es que la multinacional hace tiempo que no se cansa de recortar plantilla . «Reajustes inevitables», llaman a eso los comunicados oficiales.
Ahora, las campanas de Santa María de Lieiro tocan a muerto. Y con ellas doblan todas las del norte de la provincia de Lugo, desde las ribadenses de Santa María del Campo a las del Santo Estevo de O Vicedo. Y también las de la catedral mindoniense, con la Paula a la cabeza, porque hay lutos que no son de una comarca sino de una provincia y, si nos apuran, de un país entero .
Alcoa nos incumbe a todos los gallegos . Casi seiscientos trabajadores en el paro son seiscientas familias dejadas a la intemperie y con el futuro cerrado a cal y canto. Lo que estos seiscientos despidos anuncian es evidente: el cerrojazo definitivo.
¿Estamos todavía a tiempo? La señora Maroto, ministra de Industria, es vallisoletana. La señora Ribera, ministra de Transición ecológica, es madrileña. Ambas, beneficiadas por la cuota sanchista. Lo de la ministra de Trabajo, la coruñesa Yolanda Díaz, todavía es peor: su pasividad da un poquito de asco. Para las tres, Galicia queda lejos de sus intereses . Ninguna de ellas entiende lo que significa Alcoa para este viejo país del noroeste. No aceptan que todos los gallegos estamos ante una coyuntura de vida o muerte. Son ministras de adorno.