Juan Soto - El Garabato del Torreón

Al disidente, palo y tentetieso

En la larga noche franquista rastreamos dos antecedentes de esta coacción que se viene encima

Cunde el pánico entre la clase periodística: el Gobierno rescata la Ley de Defensa de la República y amenaza con sanciones severas , desde multa individual a cierre de publicaciones, a quien ose cuestionar los dogmas proclamados por la autoridad bicéfala. El nuevo martillo de herejes -que eludirá cualquier trámite parlamentario- golpeará, si conviene, contra opiniones que resulten molestas a ministros y afines, tanto políticos como domésticos, por fundamentadas que estén. De este modo, si prospera una iniciativa registrada por un fámulo podemita, llamar «marqués de Galapagar» conllevará multa o cárcel . Y constatar la obviedad del currículo terrorista de Otegi podrá acarrear el cierre de un periódico.

En la larga noche franquista rastreamos dos antecedentes de esta coacción que se viene encima. Una actitud similar fue la ejercida por Millán Astray, en la Salamanca de 1937, desde la Delegación de Prensa y Propaganda , organismo del que el general demediado fue su primer delegado nacional. Con pautas más sutiles (o menos brutales), una faena homologable cargó sobre su conciencia el siniestro jonsista Juan Aparicio, incombustible director general de Prensa, a quien los gallegos debemos, entre otras cosas, la prohibición de la Colección Grial.

Pero la inspiración de Sánchez/Iglesias no está, supongo, en el franquismo, sino en aquella funesta Ley de Defensa de la República, de octubre de 1931 . En aplicación de la misma, fueron apaleados periódicos… y periodistas. Habida cuenta la abundancia de minúsculas publicaciones locales (y hasta parroquiales), no se conoce con precisión el número de cabeceras multadas y clausuradas temporalmente, aunque sí el de las suspendidas definitivamente: ciento veintisiete. A la enloquecida arbitrariedad de esa ley que ahora se pretende resucitar barnizada, Galicia vio someterse, a medio de sanciones o interrupciones , periódicos como «El Ideal Gallego» de A Coruña, «La Región» de Ourense, el «Diario de Pontevedra», «La Voz de la Verdad» de Lugo o «La Verdad» de Ferrol. A la represalia ni siquiera escapó la revista deportiva coruñesa «Balón», cuyos ejemplares son hoy pieza codiciada por hemerófilos y coleccionistas.

La coartada se llama «desinformación». Y esos son los antecedentes. Las consecuencias están por ver.

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