Juan Soto - El garabato del torreón
En el filo de la navaja
Tomar una caña un fin de semana en el casco histórico de Lugo se parece bastante a jugarse el bigote a la ruleta rusa
Ser joven tiene muchas ventajas, sobre todo cuando a los pocos años no los malogra la rienda suelta de la estupidez. Y nunca como ahora cobró tanta vigencia el precepto horaciano del ‘carpe diem’, que entre todos hemos convertido en el primer mandamiento de un nuevo Sinaí.
Traemos a plaza el recuerdo de la famosa oda latina (y luego renacentista y después barroca) porque una fotografía del casco histórico de Lugo con la muchachada enracimada y desmascarillada se hizo viral y mostró en la red el grado de insensatez que puede alcanzar una generación para la que el sentido de la solidaridad anda a la par que el de la responsabilidad: brinca de bar en bar. Dicho eso, añadamos la muletilla tan sobada de que no todos los jóvenes son iguales, cantinela que damos por obvia. Pero, sinceramente, empezamos a estar hasta los huevos de la risueña complacencia con que hay que asentir a cuantas majaderías exhiben estas reatas sin freno y carentes del más mínimo respeto social. Por lo visto, las reglas de la corrección política blinda a estos tipos contra cualquier norma que signifique respeto al prójimo o un mero comedimiento. Y quien desapruebe sus gamberradas ya sabe que será tildado de reaccionario o, directamente, de facha.
Bien es verdad que no son ellos los únicos culpables de unos actos que si no son delictivos lo parecen. En el juego participan, por acción o por omisión, algunos empresarios de hostelería carentes de cualquier escrúpulo que pueda estorbar el negocio . Y también las propias autoridades a quienes incumbe la obligación de hacer que la Ley se cumpla y, en su caso, sancionar a quien la vulnere.
Tomar una caña un fin de semana en el casco histórico de Lugo se parece bastante a jugarse el bigote a la ruleta rusa. Pero no estamos ante una excepción territorial: lo que pasa aquí pasa también, estamos seguros, en todo el país. Y recientes amontonamientos tolerados por gobernantes absolutamente irresponsables s on anticipo de los fines de semana que pueden enlutar un verano que se desliza sobre el filo de una navaja.
Quizá unas cuantas sanciones de las que hacen temblar la cartera bastarían para domesticar a los infractores, tanto cantineros como potadores. Y siempre es mejor cerrar una taberna que ocupar una cama hospitalaria. Pero España vive en permanente campaña electoral, período en el que, como se sabe, toda complacencia tiene su asiento , no se vaya a enfadar la clientela. A un político a la caza del voto le pide usted otra cosa que no sea andar con el cinturón por los tobillos y se echa a temblar.
¿Y la Policía y la Guardia Civil? Acatan las órdenes de la superioridad: «Hagan como que no pasa nada» . Mientras tanto, sobrevuelan nuestras cabezas nubes letales.