Juan Soto - EL GARABATO DEL TORREÓN
Estamos rodeados
Viene de antiguo mi admiración hacia el profesor Darío Villanueva . De mucho antes de su rectorado compostelano y de su dirección de la RAE. Es de nación villalbesa, condición que proclama en cuanto se le presenta la ocasión, y por ello a uno le resulta un tanto extraño que no haya sido distinguido todavía con el título de Hijo predilecto de la provincia de Lugo . Ya se sabe: hay arbitrariedades difíciles de entender, aunque sean fáciles de explicar.
Estos días cercanos a Santos y Difuntos (enmarcados en “la pompa cromática del otoño”, diría Fole) he vuelto a las reflexiones del profesor Villanueva sobre el vigente (y creciente) “empoderamiento de la ignorancia y la estupidez” . Están en su ‘Morderse la lengua’ (Espasa) y desconozco cuántas ediciones llevan de corrido, pero estoy seguro de que la próxima ha de ir acrecentada, en capítulo exclusivo, por las inspiradas en la ciudad donde resido . Por ignorancia y estupidez, que no quede. Y si para la ignorancia cabe siempre indulgencia, ante la estupidez es difícil mostrarse imperturbable y despachar la cosa con un aquí no pasa nada.
Ahí va la penúltima: una concejala del sector majadero amenaza con reconvertir el cementerio municipal en parque de atracciones , persuadida quizá de que así contribuye al acelerado proceso de secularización en el que parecen empeñados quienes confunden sentimientos religiosos con proclividades partidistas. Es decir, las posaderas con las témporas de Adviento.
La necrópolis destinada a la majadería ya acoge alguna que otra vez mojigangas más o menos teatralizadas, me temo que como un eco de la segunda parte del Tenorio ya que no para la tercera de ‘Las galas del difunto’, en versión zarrapastrosa, achicada y enxebre. Ahora se anuncian dos agregados a la necrofílica oferta municipal: un cementerio para mascotas y un espacio para exposiciones. Lo primero pase, porque el dolor por la muerte de un animal de compañía merece respeto, comprensión y derecho a sepultura digna. Lo de las exposiciones, es, como el lector imaginará, mero mimetismo paleto de algunos camposantos que por el mundo son. Y constituye, además, una paradoja macabra por parte de gentes cuya gestión municipal si a algo fúnebre está vinculada es al hecho de haber certificado la defunción de un auditorio en el que se enterraron veinticinco millones de euros. Y cuando para disponer de espacios culturales hay que disputarle el sitio a los muertos no hay duda de que la cosa atufa a cadaverina.
En efecto, profesor Villanueva: el empoderamiento de la estupidez no tiene límites. Estamos rodeados.