Juan Soto - EL GARABATO DEL TORREÓN
Emblema musical de Galicia
La supervivencia de la Orquesta Sinfónica de Galicia está en el aire con las subvenciones estancadas
En el digital Platea Magazine, «revista de ópera y música clásica”, la prestigiosa musicóloga Teresa Adrán da la voz de alarma: la supervivencia de la Orquesta Sinfónica de Galicia está en el aire. No se trata de un mensaje truculento lanzado a la ligera sino de una advertencia basada en síntomas ciertamente preocupantes: desde casi un decenio, la OSG tiene estancadas subvenciones económicas comprometidas mediante convenio. La deuda acumulada se aproxima a los seis millones de euros, una monda de plátano en la que pueden resbalar importantes realidades y proyectos asociados al conjunto sinfónico, desde el grupo de Niños Cantores a diseños socioeducativos directamente vinculados a la formación orquestal.
Con permiso de la valiosa Real Filharmonía (y sin menoscabo de los muchos méritos de los que son acreedores apuestas tan encomiables como Vigo 430 o la Orquesta Gaos) la OSG, acreditada ya en todo el mundo, es hoy la más destacada insignia del enorme salto cualitativo que permitió pasar de las titubeantes y voluntariosas formaciones orquestales del XIX (la Orquesta del Circo de Artesanos de A Coruña, creada en 1847, es referencia inexcusable) a la pujante realidad musical de la Galicia de hoy , asentada en una infraestructura incomparablemente superior a la de no hace demasiados años, tanto en equipamientos, como en centros formativos, niveles técnicos, programaciones y repertorios.
La gestión de la OSG, creada por el Concello de A Coruña en 1992, corresponde al Consorcio para la Promoción de la Música, diligenciado a tal efecto por la propia institución municipal. En 2004, el presidente Manuel Fraga y el alcalde Paco Vázquez firmaron un convenio que establecía «mecanismos de colaboración y cooperación estables entre la Xunta y el Ayuntamiento». El acuerdo fijaba en tres millones de euros la cantidad que la Xunta aportaría al convenio en el año 2005 . En años sucesivos -se especificaba en el documento- «la cuantía a transferir en cada año» nunca sería inferior a esa cifra. En 2011, la cláusula fue modificada a la baja y dejó en 2,65 millones de euros la aportación autonómica, cuantía que en 2014 se desplomó hasta los 2,14 millones , sin que los sucesivos reajustes se vieran compensados al menos por la puntualidad en el libramiento de la consignación presupuestaria.
La desasistencia no es exclusiva de una sola administración ni de una sola desidia. En estos casos, el mal suele ser aproximadamente ubicuo. A estas alturas del concierto, sería interesante conocer al detalle el pliego de adjudicación al Grupo Comar de la gestión del Palacio de la Ópera, sede oficial de la orquesta y a cuyo estado de atención y mantenimiento acechan estragos sonrojantes y -como dijo el padre Nemesio Otaño cuando lo pusieron al frente de recién creada Comisaría de la Música- muestra tantos desperfectos que «no hay atril que se sostenga en pie».
Cualquier debilitamiento de la OSG, de producirse, surtiría efectos que irían mucho más allá de una aminoración, cualitativa y cuantitativa, de sus espléndidas temporadas de abono. Algunas grietas y recortes en el ambicioso proyecto inicial (Niños Cantores, Coro Joven, plan educativo, publicaciones) empiezan a percibirse, con repercursiones tanto directas como colaterales. La volitización, todavía reciente, del Festival Mozart p ude servir de advertencia acerca de los efectos letales que se derivan de cualquier asfixia presupuestaria. Así las cosas, mucho nos tememos que los escrúpulos sobre la eventualidad de una reducción de plantilla palpiten al ritmo de la apretada contabilidad de nuestra gran orquesta.
Pero no seamos pesimistas. Confiemos en que esta vez podamos evitar que los efectos lesivos de personalismos y rivalidades políticas queden al margen del alto nivel técnico de los profesionales de la gran orquesta gallega. No convirtamos en un paréntesis anecdótico la extraordinaria «resurrectio» musical de estos últimos años. No permitamos que la monumental arquitectura sonora que se asienta en la OSG roce siquiera la contingencia del silencio.