Juan Soto - El garabato del torreón

El desprecio a los libros

Los recientes episodios bibliodestructivos llevados a cabo en el Museo Provincial de Lugo ponen los pelos de punta

Traducción francesa de las poesías del bardo céltico Ossian ABC

Fue en 1933 cuando el semanario estadounidense Time, horrorizado ante la devastación cultural ideada por Goebbels y ejecutada por el Partido Nazi, utilizó por primera vez el término «bibliocausto». Sus colegas de la revista Newsweek, nacida aquel mismo año, optaron por una expresión homóloga: «holocausto de libros». De entonces acá ha corrido casi un siglo y mucha agua bajo los puentes, de modo que evitemos comparaciones odiosas y no caigamos en la tentación de traer al recuerdo la parábola de Ray Bradbury en su «Fahrenheit 451», pero admitamos que todavía hoy existen bibliófobos dominados por una extraña aversión hacia la letra impresa . Y, para decirlo todo, añadamos que muchos de ellos desempeñan responsabilidades políticas en el ámbito cultural. En efecto, con desalentadora frecuencia, en los Ayuntamientos y en las Diputaciones tales competencias suelen quedar a expensas del arbitrario mangoneo de gentes con instrucción por debajo de lo elemental.

Estamos en la bien murada ciudad de Lugo, que al menos en algún tiempo tuvo fama de culta y moderada, incluso para un visitante tan fugaz y exigente como Adam Neal, el médico de las tropas de John Moore. Pero hoy, tanto entre la clase política como en los escalafones de las administraciones públicas parece que abundan los seguidores de aquel canónigo lucense del siglo XVIII, Antonio Calvo, a quien el padre Sarmiento retrató, sin indulgencia alguna, de «bárbaro e idiota». A lo que se cuenta, el clérigo Calvo quemaba los manuscritos que no entendía, los cuales, por lo visto, eran todos los que pasaban por sus manos. Hoy daría un buen concejal de Cultura . Y si al paquete competencial le añadiésemos la cantinela de Patrimonio Histórico Artístico, Normalización Lingüística, Publicaciones, Archivos y Bibliotecas, mejor que mejor.

Los recientes episodios bibliodestructivos llevados a cabo en el Museo Provincial de Lugo —cabeza de la llamada Rede Museística Provincial, toda ella dependiente de la Diputación— ponen los pelos de punta. Un difuso pretexto de necesidad expansiva sirvió de coartada para llevar a cabo un brutal expurgo bibliófobo en etapas. Las limpias de mayor entidad se produjeron los pasados 23 de abril (Día Mundial de Libro, para paradójico escarnio), el 12 de agosto y el 29 de octubre. Se desconocen los criterios seguidos para la eliminación, encomendada a la empresa adjudicataria del servicio municipal de «limpieza de residuos sólidos urbanos y de vías públicas», entre otros. La pauta a seguir bien pudiera estar determinada por dos principios: fuera los libros que abulten demasiado y fuera los libros que no sean «dos nosos». Con esto de «os nosos» hay que tener cuidado y, sobre todo, disponer de algunos conocimientos de cultura general un poco por encima del silabario. Porque de lo contrario se puede incurrir en el desliz de mandar a la planta de reciclaje la primera traducción francesa de las poesías del bardo céltico Ossian (habíamos quedado en que Macpherson era «dos nosos», ¿o no?) o al mismísimo don Julián Besteiro, en su calidad de prologuista de la primera edición española de la Psicología de Binet.

Brutal expurgo

En la biblioteca del museo lucense existen importantes fondos tanto bibliográficos como hemerográficos , además de algunos depósitos particulares de interés no menor. Decimos que existen y tal vez deberíamos decir «existían», aunque esperamos que no hayan corrido la misma suerte de los anotados líneas arriba, ni de cientos de ejemplares pertenecientes a la donación de Gonzalo Gayoso Carreira, uno de los más reconocidos especialistas en la historia del papel en España. Porque, en efecto, muchos de los libros entregados a la Diputación de Lugo por Gayoso Carreira han formado parte del brutal expurgo que nos ocupa, sin respetar siquiera la singularidad del ex-libris del propietario. La misma suerte corrieron varios ejemplares de la voluminosa crónica del Congreso Eucarístico Nacional celebrado en Lugo en 1896, impresa en la tipografía lucense de Gerardo Castro; una edición de 1813 de las fábulas de Samaniego… Y con el escritor alavés se fueron también por el escotillón mucho Julio Camba y mucho Fernández Flórez, y la edición lucense (1880) de la «Galería de gallegos ilustres» de Vesteiro Torres y un tomo al menos de la primera edición (Manuel Tello, Madrid, 1866) de las poesías de Pastor Díaz.

Alguien habrá responsable de esta barbaridad. Y tal vez en el Parlamento de Galicia quepa la petición de explicaciones y, en su caso, la exigencia de responsabilidades. Porque conviene recordar que mantiene su total vigencia el artículo 110 de la Ley del Patrimonio Cultural de Galicia, específicamente dedicado a garantizar la defensa del patrimonio bibliográfico. Vamos a seguir atentamente el discurrir de los hechos.

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