Juan Soto - El Garabato del Torreón
Algo más que toponimia
Además de gran etimólogo, don Nicandro fue un escritor bastante más que pulcro
El otro día fue presentado, con ‘benedictio episcopalis’ y todo, un libro en homenaje a un hombre sabio y bueno. Se llamaba Nicandro Ares Vázquez, era cura y falleció hace tres años. Nada dirá su nombre a la mayoría de los lectores, como suele acontecer con los de las personas verdaderamente mayúsculas en este tiempo de categorías minúsculas. Sí lo conocerán, en cambio, todos los filólogos y etimólogos gallegos, muchos de ellos deudores de sus rigurosas indagaciones sobre toponimia, generosamente dispersas en revistas y periódicos. Si no todos, casi todos estos trabajos han sido reunidos, clasificados y ordenados por los profesores y académicos Antón Santamarina y Xesús Ferro Ruibal. El resultado queda recogido en dos volúmenes (un total de 1.500 páginas) editados por la RAG.
Como sucede con todas las ramas del árbol de la etimología, la toponimia no es una ciencia aislada, desconectada y autónoma, sino intensamente ligada a otras y complementaria de ellas. ¿Cómo incomunicarla, por ejemplo, de la Arqueología o de la Historia? Ese ‘plus’ que ofrece la toponimia se advierte muy bien en los artículos -de muy varia extensión, según fuera la publicación que los acogió en su día- de Nicandro Ares, cuya amplitud cubre el espacio que va desde el apunte o la ‘papeleta’ (el término fue empleado más de una vez por el autor) al ensayo breve. A los primeros pertenecen muchos de los publicados en el diario ‘El Progreso’, mientras que los segundos se rastrean en las páginas de ‘Grial’, ‘Revista de Dialectología y Tradiciones Populares’, ‘Boletín de la Comisión de Monumentos de Lugo’, ‘Lucensia’ y afines.
Ya hemos dicho que no es posible hacer de la toponimia una ciencia aislada. Bien a las claras se confirma aquí una vez más. Y a este respecto llamamos la atención acerca de algunas de las incursiones filológicas realizadas por don Nicandro en su Santaia de Bóveda natal (la tradición oral del ‘convento de doniñas’, interesantísima) o la luz que arroja sobre el pintor Castinande, todavía con muchos espacios de sombra.
Además de gran etimólogo, don Nicandro fue un escritor bastante más que pulcro. Aplicado a una especialidad a veces no fácilmente digerible, su estilo, con frecuencia veteado de buen humor y una ironía siempre amable, hace bueno, parafraseándolo, el dictamen de Ortega: la claridad es la cortesía del etimólogo.