José Luis Jiménez - PAZGUATO Y FINO

El «caso Coté» o cómo callar a las víctimas

El dinero todo lo ha podido, y ha doblado voluntades, esas que parecían firmes y sólidas cuando protagonizaban arranques de dignidad

José Luis Jiménez

Entraba a los juzgados cargado de carpetas y papeles, como quien se pertrecha de material para acreditar su verdad. Y salía de los mismos sonriente, exultante, liviano a pesar de que el daño causado a sus decenas de víctimas debería sepultarlo por la carga de la culpa. No hubo en José Manuel López, «Coté», falso médico de profesión —porque así consta en sentencia judicial, no porque se lo invente este periodista— un asomo de empatía con las personas a las que dejó secuelas de por vida. Las engañó haciéndoles creer que era médico titulado, les inyectó Dios sabe qué , defraudó al erario público con lo que les cobraba... y acaba de comprar su silencio y su perdón por 3,3 millones de euros .

Lo que para mucha gente podría ser una fortuna, para este estafador de bata blanca es calderilla. Lo ha conseguido. Ha evitado sentarse en el banquillo de los acusados y tener que escuchar a víctimas y peritos, que habrían verbalizado el relato de sus atrocidades. ¿Recuerdan cuando los expertos del laboratorio de la Policía se negaron a investigar qué contenían los líquidos que Coté inyectaba a sus pacientes por temor a que los compuestos fueran peligrosos? El dinero todo lo ha podido, y ha doblado voluntades , esas que parecían firmes y sólidas cuando protagonizaban arranques de dignidad. Si ha habido la entereza necesaria para esperar por la tardía justicia de los hombres, ¿cómo se puede renunciar a ella en el instante antes de que empiece el proceso para que sea dictada?

Resulta entristecedor que las víctimas del falso médico hayan claudicado por un puñado de euros después de un sufrimiento de más de una década, de que las triquiñuelas legales del tipo provocaran todo tipo de dilaciones en la justicia, y de que no haya una verdad esclarecida en sentencia sino un acuerdo de conformidad. No son treinta monedas, pero se le acercan. Queda en quienes hemos escuchado el lamento de estos sufridores anónimos la sensación de que se han vendido barato porque el millonario falso médico, ese que cambia de coche de alta gama cada pocos meses, va a seguir riéndose de ellos tras desembolsar calderilla. Lo han consentido. Y recuerden: había una acusación de homicidio. Queda en nada.

Hay más culpables en este sonrojante acuerdo. El más chusco, desde luego el fiscal del caso . El Ministerio Público, que al comienzo del juicio elevaba la petición de pena hasta los 338 años de prisión se conforma con 6. Han leído bien. Las lesiones causadas a 134 presuntas víctimas —una de ellas fallecida tras ser «tratada» por el condenado al no detectársele un tumor, según el escrito de acusación del fiscal— salen baratas, casi a precio de saldo. Y el encargado de representarnos a todos los ciudadanos en su condición de acusación pública, lejos de soliviantarse, suspira de alivio. Se va a ahorrar cuatro meses de juicio, que es muy pesado eso de estar todo el día con la mascarilla y la toga, y andar con un «señoría esto», «señoría aquello». Claro que sí, buen hombre, claro que sí. Cómplice de una fechoría moral , que no se explica bajo ninguna óptica posible. Quien pide 338 años de prisión no puede tragar con 6. ¿Dónde está la defensa del interés general? El encargado de velar por el mismo permite a un individuo que sigue alardeando de tener títulos médicos no homologados en España —por tanto, inválidos para la práctica sanitaria— irse de rositas con una pena ridícula. Incluso si en un remoto arranque de piedad uno quisiera disculpar a las víctimas por querer poner fin a este calvario, ¿qué justificación habría para el señor fiscal?

Nuestro sistema judicial no permite que el juez encargado de enjuiciar pueda negarse a esta componenda. Si las distintas partes acusatorias alcanzan un acuerdo con el acusado, a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. Y a otra cosa, que hay lista de espera en los tribunales. Pero quédese con la enseñanza: si usted es un delincuente —porque Coté lo es, y reincidente—, ataca a la salud de las personas pero tiene el bolsillo forrado, no dude en contratar a los abogados más caros de la ciudad para que le dilaten el proceso todos los años que sea posible, y cuando llegue a juicio ponga dinero encima de la mesa. Sientan lástima, y tomen nota .

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