‘Indiana Jones’ al rescate de tesoros vitivinícolas

La inclusión de la vid Ratiño Gallega en el registro de variedades comerciales premia la labor de 35 años de Carmen Martínez, junto a su equipo, en la Misión Biológica de Galicia del CSIC

La variedad es muy reconocible CEDIDA
Pablo Pazos

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Frente a la imagen del científico encerrado entre cuatro paredes, los ojos pegados al microscopio, investigadores como Carmen Martínez desafían al tópico narrando peripecias a mitad de camino entre «ir un poco de aventuras» y la arqueología, aderezado con un toque detectivesco. «Pasamos muchas horas en el laboratorio, en el ordenador, escribiendo artículos o analizando datos, pero casi un 50% de nuestro trabajo consiste hacer prospecciones en campo», explica a ABCla jefa del grupo de Viticultura, Olivo y Rosa de la Misión Biológica de Galicia (MBG-CSIC). « Nos hemos recorrido muchísimas zonas, algunas muy apartadas . La España vacía nos la hemos recorrido de arriba abajo», cuenta sobre una labor volcada en recuperar antiguas variedades de vid;un trabajo que recientemente se apuntó un nuevo tanto, al conseguir que la Ratiño Gallega, de uva blanca, fuera incluida en el Registro de Variedades Comerciales.

«Empecé a trabajar en la recuperación de las antiguas variedades de vid en el año 86, que fue cuando inicié mi carrera científica», narra Martínez. «Estaba trabajando en el cultivo in vitro de la vid y la adaptación al campo de plantas de Albariño cultivadas in vitro. Paralelamente veíamos que había muchas variedades antiguas que estaban sin describir, que nadie sabía de ellas salvo las personas que tenían algún ejemplar en su casa». Entre esas variedades recuperadas y descritas —en Galicia y otras regiones—, figuraba Ratiño. «Fuimos localizando ejemplares en distintos sitios, estudiando la forma de las hojas, las uvas, las semillas, el racimo, para ir haciendo la descripción botánica; también análisis de ADN, para comprobar que no existe esa misma variedad con otro nombre en un lugar diferente », profundiza.

Parras centenarias

La Ratiño —a la que se ha conocido también como Cajarrento en ORosal o Blanca de Cabanelas en OSalnés— es una variedad que se cultivaba en la comarca de Pontevedra y otros puntos de la provincia, y que prácticamente desapareció por culpa de enfermedades y plagas. « No estaba descrita pero sí aparecía citada en documentación antigua » ya en el siglo XIX, precisa la investigadora. «Hemos encontrado parras centenarias, que calculamos de 200 años, 300. Todavía tenemos la suerte en España de que quedan algunos de esos tesoros, porque en otras zonas de Europa han ido desapareciendo casi todas», aclara.

Llegar al punto en que la variedad Ratiño Gallega apareció en el BOE, reconocida oficialmente, ha llevado 35 años . Una historia larga, de trabajo minucioso, en la que irrumpe hace algo menos de una década una bodega de Barro, Viña Moraima, que contacta con el MBG-CSIC para plantear el problema de que la vid no existiera a ojos de la legalidad, lo que impedía cultivarla y poner el nombre en la etiqueta del vino que se elaborase y comercializase. Ahí comienza un trabajo conjunto: Martínez y su equipo recopilan datos y ahondan en el estudio de Ratiño mientras la bodega recupera y regenera vetustas cepas. Se llega a elaborar un vino experimental. En paralelo, se hace acopio de informes y comunicaciones, se publica su descripción ampaleográfica y se seleccionan tres clones.

En diciembre de 2015, el CSIC, a través de la Vicepresidencia Adjunta de Transferencia del Conocimiento, inicia los trámites para registrar la variedad. Aún habrían de transcurrir seis años para alcanzar un resultado exitoso. « Es un proceso muy largo », reconoce Martínez, que lo explica por la necesidad de determinar sin lugar a la menor duda que se trata de una variedad única, y al hecho de que el reconocimiento no es meramente nacional, sino internacional, con la correspondiente repercusión comercial. «Tiene que haber un estudio muy riguroso detrás», incide.

«Recuerdos preciosos»

Lograr que Ratiño Gallega fuera reconocida resultó «muy gratificante» . Martínez evoca el día en que lo comunicó a la bodega, cuando les dijo que «para ellos era emocionante, pero para nosotros también, después de tantos años de trabajo». Pero valió la pena, algo que, opina, también sabrán valorar los amantes del vino, porque el resultado es «de calidad y muy original».

Para Martínez, un capítulo más en una carrera con «unos recuerdos preciosos» , de jornadas en las que «hemos recorrido muchísimas aldeas y hemos charlado con muchísima gente mayor». «Ha sido un intercambio y un aprendizaje para todos. Es una parte muy bonita de nuestro trabajo», confiesa. Salvando las distancias, son a las vides gallegas lo que Indiana Jones a las reliquias míticas. «Lo comentamos muchas veces con compañeros de arqueología, con los que hemos hecho trabajo juntos, y nos decían que es parecido al nuestro». A su manera, también desentierran tesoros que aguardaban a ser descubiertos.

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