Juan Soto - El garabato del torreón

La inactividad como mérito

Eso que algunos políticos llaman casta es, en realidad, la reactivación de la fantasmagoría

Los de mi generación los recordamos con toda claridad: desfilaban cuando entonces al frente de juveniles escuadras campamentales. De todos ellos, al menos entrado en años le escarchaba el bigote y había batido el cobre en la batalla del Ebro. Entre los veteranos había patriotas reciclados de la última guerra carlista, valga la exageración. La partida de nacimiento no era, sin embargo, inconveniente para que se luciesen con arreos de adolescente: pantalón corto, medias blancas, camisa arremangada. Llevaban varios lustros amamantados por el pasado, pero se nos decía que en sus manos estaba el futuro de España.

Eso que algunos políticos emergentes dan en llamar la casta es, en realidad, la reactivación de aquella fantasmagoría: lo viejo, enlucido con pintura plástica. En Lugo, basta ver los nombres situados a la cabeza de la cartelería electoral de los dos grandes tinglados para percatarse de lo difícil que sigue siendo para esta provincia pasar del bajo imperio romano al siglo XXI.

Al frente de la lista de aspirantes al Congreso, el PP ha colocado a un diputado que lleva en el oficio de la política profesional venticinco años, casi tantos como su homólogo para el Senado. Y parecida hoja de servicios pueden exhibir sus adversarios de marca socialista. No es la única coincidencia, pues unos y otros concuerdan en su acreditada aversión a los esfuerzos laborales, quizá por haber encontrado el modo infalible de vivir sin pegar palo al agua, es decir, felices de cultivar el arte de cortar el cupón y ahí me las den todas.

Esto de colocar de número uno de los peticionarios de votos a alguien que admite, sin asomo de sonrojo, que ni siquiera reside en la misma provincia que los electores que aspira a representar, es tan inverecundo como poner el ministerio de Trabajo (o la consellería de Traballo, perdonando el modo de señalar) en manos del inventor de la siesta. Pero nos tememos que esa suerte envidiable, la de no haber dado golpe jamás de los jamases, marca, en esta infortunada circunscripción provincial, la biografía de la mayoría de los candidatos a «permanecer en la inanidad parlamentaria», que diría Azaña.

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