José Luis Jiménez - Pazguato y fino

Historias de un hospital

Vigo hace un año que tiene el hospital público que muchos le prometieron. Quedémonos con eso, que es muchísimo

Los viejos del lugar —y en Galicia no hay pocos—, gustan de reposar su jubilación ejercitando la nostalgia. Contemplan el paso del tiempo y abren el baúl de los infinitos recuerdos e historias que decoran sus vidas. Al paso del viejo colegio, evocarán los años mozos. Cruzando la plaza de la iglesia, el día de su boda. Por el muelle o mirando al campo, los años de duro trabajo de sol a sol. Llenamos la memoria de los buenos momentos, como el nacimiento de los hijos o los nietos, que en estos tiempos ya no se produce en la casa propia, sino en los hospitales de la sanidad pública. Hoy, uno de esos centros cumple un año, el Álvaro Cunqueiro.

Un hospital son las historias de la gente que salva su vida en él, da a luz a nuevas o —las menos veces— ve cómo se apagan otras. En este primer año de vida, algunos se han empeñado en que esos relatos sean groseras anécdotas de si la comida está sosa y llega fría, los refrescos de las máquinas son muy caros o si en el Xanadú de Beade hace falta un GPS para ir de la consulta del especialista a la sala de rayos x. Estas no son historias para glosar un cumpleaños. No llegan siquiera al grado de chascarrillo. Se quedan en simples acotaciones menores, cuando no meros bulos con una única intención: sacar rédito político para desprestigiar una decisión —y una inversión— valiente en plena crisis.

No todo ha sido inmaculado ni brillante en el Cunqueiro. Su puesta en funcionamiento trajo de cabeza a sus gestores y sus trabajadores, que se vieron obligados a corregir sobre la marcha los defectos de fábrica que pudo traer, con buena voluntad y ánimo constructivo. Ni siquiera importa ya el torpe talante de la anterior conselleira para lidiar con los problemas. Porque lo importante es que el hospital ya tiene sus páginas en blanco para que cada usuario registre en ellas su experiencia individual, la que recordará en un lejano mañana, por la que le estará agradecido a los profesionales del Sergas, ese colectivo que —mayoritariamente— cuanto más se conoce, más se admira.

Seguirá habiendo imperfecciones, como las hay en los aeropuertos, en las estaciones, en las universidades o en cualquier infraestructura viva. Aparcar será más o menos caro, se llegará sin resuello de una punta a otra, o incluso habrá quien encuentre un pelo ficticio en la sopa. Pero si queremos ser justos, lo accesorio no puede enturbiar nuestro juicio por lo fundamental. Vigo hace un año que tiene el hospital público que muchos le prometieron. Quedémonos con eso, que es muchísimo.

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