Las fotos que Isabel II encargó al compostelano Cisneros en 1858: las más antiguas que se conservan de Galicia

Las imágenes reflejan los principales monumentos del Santiago de la época

Plaza del Obradoiro en 1858, fotografiada por Andrés Cisneros Museo do Pobo Galego

Ántar Vidal

Andrés Cisneros firmó las fotografías de Galicia más antiguas encontradas hasta la fecha . No es que nadie hubiera pulsado el obturador antes que él en esta tierra, sino que de las imágenes anteriores —hay indicios que la fotografía se practicaba desde 1841 en la Comunidad— no se conserva ninguna. «De esa época, las instantáneas se venden, por lo que es muy difícil seguirles el rastro», cuando no son directamente destruidas, explica el fotohistoriador Carlos Castelao. Pero volviendo al hombre de Sar: Cisneros hizo las fotos más primitivas de Galicia que se mantienen con vida, con nada menos que 164 años. Corría el 1858 y la reina Isabel II viajaba a Santiago para visitar la Exposición Compostelana.

En aquellos días el arte de la fotografía —que ni tan siquiera se consideraba arte todavía— aún era novedad. El daguerrotipo se había inventado en el 1839, y l a monarca estaba tan obsesionada con esta disciplina que a todos los sitios a los que iba se llevaba un fotógrafo. Se llamaba Charles Clifford y trabajaba para la corte. Pero antes de llegar a Santiago, debido a un imprevisto, tuvo que regresar: la reina se quedó sin fotógrafo, y mandó buscar a alguno en la ciudad compostelana.

Cisneros había abierto su estudio dos años antes, con el afán de hacer más dinero. Cuenta Castelao que nunca tuvo vocación de fotógrafo , él era miniaturista, y en el 1856 amplió la oferta de su estudio a la fotografía para ser, digamos, más rico. De hecho, fue el primer gallego en tener estudio propio. Sus conocimientos de fotografía los adquirió gracias a que su tía «fue su mecenas y le costeó viajar a París para aprender» a usar la cámara. Cuando llega a Francia, los daguerrotipos «estaban por todas partes, los propios fotógrafos formaban a la competencia». Después de varios años viviendo en varios países, sobre todo Cuba, regresó a Santiago y fue cuando Isabel II se pone en contacto con él para que documente su visita. «Le encargan una serie de fotografías sobre el viaje y le pidieron que hiciera un álbum que luego compraría la Corona para guardarlo en su colección particular», que fue donde aparecieron estas imágenes. Por aquel entonces, «aquella costumbre estaba muy de moda entre las monarquías europeas».

Las fotos que se conservan hoy en día muestran desde la plaza del Obradoiro, con el suelo de tierra, y el Hostal dos Reis Católicos prácticamente igual que como se encuentra ahora. Otra es en la plaza das Praterías, otra de la Puerta Santa de la Quintana... También, claro, de la propia exposición en el Monasterio de San Martiño Pinario. Con estas fotos hace tres álbumes. Uno de ellos lo manda a la Casa Real, y Francisco de Asís, marido de la Reina, «probablemente por celos le pide uno para él mismo», relata Castelao. Solo se ha encontrado uno , los otros «todavía no los hemos encontrado, aunque deberían de estar en Patrimonio Nacional».

Regreso a Cuba

Andrés Cisneros no hizo las fotos por amor al arte , sino que lo hizo con la intención de «tener el agradecimiento de personas que tuvieran influencias». A «él no le interesaba tanto la fotografía, él lo que quería era un puesto», relata el fotohistoriador. Y de hecho apenas un año después, cuenta la prensa de aquellos días, el fotógrafo comienza a deshacerse de su material fotográfico para irse a Cuba, a la Habana, en un puesto en aduanas. «No se va para dedicarse al arte, sino para vivir a cuerpo de rey», que era lo que él siempre buscó: la fotografía no era un fin en sí mismo, sino un medio.

Cisneros no tenía méritos algunos, no había estudiado para dedicarse a la aduana, estaba colocado a dedo; y cuando la administración comenzó a exigir que había que tener conocimientos para dedicarse a ello, movieron al gallego a otros puestos de menor valoración en Cuba: estuvo en Matanzas, en Sagua la Grande... «así pasa prácticamente toda la vida, hasta que se jubila en La Coruña de nuevo» en 1889. Curiosamente, Cisneros «solo tenía una pasión», y no era la fotografía , sino la malacología: se recorría todas las playas de los sitios en los que estuvo buscando conchas.

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