Juan Soto

El final del final

En Galicia, el PSOE siempre fue un partido de poca monta

Parece que en la menguada y mal avenida sucursal socialista en Galicia, al igual que en las del resto de España, son más los allegados a Sánchez que a Díaz, lo cual equivale a decir que en ese partido tanto cunde el hambre como las ganas de comer.

En Galicia, el PSOE (a efectos de marketing rebautizado PSdeG-PSOE, luego de un lejano y desagradable contencioso con el ingenuo PSG de Rodríguez Pardo, Caamaño, Beiras et alii) siempre fue un partido de poca monta, salvedad hecha de los éxitos locales que le procuraron gentes como Paco Vázquez en La Coruña o, ahora mismo, Abel Caballero en Vigo, y que son imputables en todo caso a nombres y no a siglas.

Se equivocará quien piense que la actual tesitura es eventual y, por consiguiente, volandera. Ojalá fuese tal, porque a Galicia le conviene una izquierda que vaya más allá de la obturación nacionalista, de la enajenación podemita y del aventurerismo antisistema. Pero no caerá esa breva. El recuelo de la presencia socialista en las instituciones gallegas y su todavía más raquítica representación en las del Estado evidencia lo innegable: todo ello es pasado, carcoma, antigualla y olor a alcanfor. Nada entre dos platos. En el Congreso y en el Senado, unos cuantos antediluvianos/as a sueldo. En el Pazo do Hórreo, baldados a mano alzada. En las corporaciones locales, las rebañaduras de la profesión. En Estrasburgo... ¡José Blanco!

No se puede decir que el harakiri del PSOE comenzase en Galicia, porque aquí el partido no tuvo nunca suficiente fuerza ni impulso bastante para más allá de su propia supervivencia. Pero las últimas elecciones locales deberían servir de alerta para toda España. Los socialistas gallegos decidieron acuchillarse por la espalda y perdieron todo escrúpulo a la hora de engañar a sus electores: en Lugo, reclamaron el voto para un alcalde y les empaquetaron otro/a; anunciaron un candidato a la presidencia de la Diputación y colaron otro. Mientras tanto, sus compadres en Ferrol, en Santiago y en La Coruña entregaban a los mareantes el huevo y el fuero. Esas cosas siempre acaban por emanar olor a cadaverina. O sea, que hasta aquí hemos llegado. Estamos ante un curioso caso de autoderrocamiento. Se estudiará en los libros de Historia.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación