Juan Soto
Un fervor recogido y profundo
Aún hay lugares en Galicia donde se puede asistir a la severa solemnidad de lo auténtico en los desfiles procesionales
Al reclamo de los folletos turísticos, miles de forasteros asistirán estos días a los desfiles procesionales de Ferrol y Viveiro. Todo es, en estas dos ciudades del mar, una mezcla de vistosidad y devoción, de sermones reparadores y llamamientos a disfrutar de las delicias gastronómicas de la zona, de fervor y folklore, en definitiva. Nada que objetar, líbrenos Dios, pero nosotros preferimos otra Semana Santa, carente quizá de tanta grandeza espectacular pero capaz de expresar, en sus manifestaciones externas, toda la autenticidad de una piedad respetuosa e ingenua, emanada de un tiempo en el que la vida de nuestros pueblos se detenía en señal de respeto al drama del Gólgota y solo la luz de los cirios se atrevía a rasgar las tinieblas del Viernes Santo.
Aún hay lugares en Galicia donde se puede asistir a la severa solemnidad de lo auténtico. Espacios donde se preserva, como en la pureza de un fanal, el verdadero sentido del recogimiento incontaminado y sencillo.
En la tarde del Miércoles Santo, la pequeña parroquia de Santo Tomé, en O Valadouro lucense, se convierte en escenario natural para una representación del Vía Crucis. En medio de un abrupto paisaje dominado por la sierra de O Xistral, jóvenes del lugar recorren las catorce estaciones que transcurren desde la condena de Pilatos hasta el santo sepulcro. Es una escenificación de sobrecogedora autenticidad. Jesús con la cruz a cuestas, el encuentro con su madre, el Cirineo, las tres caídas, la Verónica... Todo, desde los ropajes a los gestos, desde las palabras a la actitud de los actores, parece envuelto en un aire de conmovedora emoción.
Poco más de veinte kilómetros separan O Valadouro de Mondoñedo. Aquí, en la episcopal y catedralicia capital de la antigua Britonia, hay que estar en el anochecer del Viernes Santo. Desde la plaza hasta el alto que llaman O Cristo, la Virgen de la Soledad hace su recorrido de dolor. Solo los cirios que portan cientos de mujeres alumbran las estrechas calles de una de las ciudades más bellas del mundo. De pronto, la procesión se detiene. El silencio adquiere la impresionante gravedad que precede a ciertas grandes emociones. Y suenan las notas iniciales del Plorans compuesto por el maestro Pacheco. Plorans, ploravit in nocte. Son las voces del remozado orfeón mindoniense, acompañadas por la banda de la pujante Escuela Municipal de Música. El maestro Pacheco —que enseñó solfeo y armonía a Pascual Veiga, el autor del Himno Galego— dejó dispuesto que su Plorans solamente se pudiese interpretar en Mondoñedo y en la Capilla Real de Madrid. Y exclusivamente en la jornada del Viernes Santo. Quizá no sea más que una leyenda. Pero los parciales de don José Pacheco y de su Plorans admitimos su veracidad como un dogma de fe.