Fernando Méndez - CUARTO SINGUANTE
En mar descansen
En las frías aguas del Atlántico Norte bastan 36 horas para buscar a pescadores desaparecidos. Dicen las autoridades canadienses que este el tiempo máximo que su legislación marca para asuntos así. Siempre las leyes. Siempre las normas. Siempre esas rígidas instrucciones que no contentan a nadie: ni a los políticos porque no ofrecen soluciones, ni a las víctimas porque no reciben consuelo.
A los marineros desaparecidos en el naufragio del Pitanxo no se les aplica la esperanza ni la condescendencia ni tampoco el beneficio de la duda. Estos conceptos abstractos quedan muy bien en la literatura o en banales comentarios de café, pero cuando se trata estrategias de salvamento la cosa es mucho más seria; tanto que los canales de comunicación entran en un letargo absurdo -cautela le llaman- a la hora de informar a las familias, las cuales vemos estos días deambulando entre administraciones y lágrimas para que alguien les aclare el paradero de su ser querido.
36 horas. Es suficiente.
Y yo pienso: ¿se aplicaría el mismo protocolo si quien hubiese caído al mar fuese la máxima autoridad del algún poderoso Estado? Por supuesto que sí: todos somos iguales ante la justicia auxiliadora, nos dirán. No les quepa ninguna duda de que si el náufrago fuese internacionalmente conocido no habría buques de la Armada ni aviones militares participando en las labores de rescate. Nada de despliegues especiales. Nada de sónares de última tecnología peinando las simas marinas. 36 horas dan para lo que dan. Lo dicen las leyes canadienses. Y el océano lo sabe: aplica el mismo rasero para todos, sea cual fuere su condición social.
Total, mil kilómetros cuadrados se inspeccionan en un periquete. Para eso cuentan en Terranova con el equipamiento adecuado. Y si al final, desafortunadamente, no los encuentran, que en ‘mar’ descansen. Las autoridades habrán hecho su trabajo, trasladarán el pésame a los deudos, y replegarán velas para que este trágico suceso se vaya diluyendo conforme pasa el tiempo. Eso sí, ni un día más de búsqueda: las gélidas aguas, la mar arbolada y el temporal son el argumento perfecto para no destinar ni un solo dólar más a los trabajos de salvamento. Total, ¿para qué?, dirán los que saben. Contra la ley de la naturaleza no caben excepciones. Triste consuelo, este, para quien se ha dejado la vida pescando un futuro mejor