Fernando Méndez - Cuarto singuante

Comisiones

Todo es legal, argumentan los comisionados. No es ético ni estético, afirman quienes las denuncian.

Las comisiones (las de dinero, no las de investigación) son algo así como los secretos de alcoba: una práctica que se conoce, se sabe cómo empieza y acaba, pero de la que nunca se habla. Se pasa de puntillas. A lo sumo, se comenta con sentido del humor, como si pegar sablazos fuese un ejercicio de habilidad y lucimiento del que es necesario jactarse comprando joyas y coches de alta gama.

Todo es legal, argumentan los comisionados. No es ético ni estético, afirman quienes las denuncian. Y al final, todos tienen parte de razón.

En realidad, cobrar una comisión, es decir, percibir dinero por intermediar en una actividad no es delito. Ahí están, por ejemplo, los representantes de deportistas, de artistas, de escritores o las personas que desarrollan una labor de gestión que permite ir de un punto A al B pasando por diferentes estaciones. El sector de la agricultura, sin ir más lejos: entre el agricultor que cosecha la lechuga y el consumidor que la compra en la tienda hay unos cuantos intermediarios que cobran por ello, con plena justicia social y económica. Hasta ahí, de acuerdo.

Pero lo que entendemos por ‘comisión’ (palabra con todas sus letras y hondo significado) no hace falta explicarlo. Viene a ser esa práctica aberrante, pongamos por caso, que supone que en plena pandemia algunos se hayan hecho de oro aprovechándose de la enfermedad, o que otros, apelando a la gran labor social y terapéutica del fútbol, se embolsen ingentes cantidades de dinero organizando torneos de España y para España, pero en la otra punta del mundo. Ambas, un completo sinsentido.

Y claro, los implicados dirán: estamos en nuestro derecho de hacer negocio. De acuerdo, aceptado: cómprate todos los Lamborghini que quepan en el cosmos, pero no nos lo digas con cara de no haber roto un plato.

Suele ocurrir que cuando el comisionista abusivo es anónimo, escándalo al canto. Pero, curiosamente, cuando se trata de una estrella mediática impera entonces una especie de expiación colectiva que disculpa su afán de enriquecimiento. Fíjense, si no, lo que pasa cuando algunos deportistas o actores tienen que regularizar sus asuntos con Hacienda: al paseíllo en los juzgados solo le falta la alfombra roja. Por lo tanto, si se les ocurre a ustedes intermediar con beneficio, recuerden: al comisionar como al comer, mesura y buen hacer.

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