Fernando Méndez - Cuarto singuante
El 13
Les confieso que a mí con el 13 siempre me ha ido bien
Me subo al avión y me toca la fila 14. Mientras los demás pasajeros ocupan sus asientos y acomodan sus equipajes me fijo que delante de mí está la fila 12. ¿Y la 13?, me pregunto. Como he sido de los primeros en embarcar, la azafata aún no está metida en el trajín de las bienvenidas, así que se me ocurre preguntarle por tal ausencia y ella, sonriendo, responde: «Es por superstición. Muchas personas no querrían sentarse en esa fila ni aunque las atornillasen al asiento».
Sin embargo, la joven admite que en el mundo de la aeronáutica hay muchas circunstancias en las que no se ha eliminado el número 13, y me cita las puertas de embarque, los hangares, las normas en los manuales de operaciones… «Pasa igual en China con el 4 y el 14 o en Brasil e Italia con el 17», añade la azafata. Enseguida, la fila de pasajeros se aproxima y pone fin a nuestra conversación, tiempo que yo aprovecho para consultar en el móvil tan curiosa circunstancia.
Resulta que esa aversión al 13 se define como: 'Triscaidecafobia', un palabro que de tan raro ni siquiera figura en el diccionario. Significa miedo irracional a dicho número. Las justificaciones las hay de todo tipo, desde apocalípticas a religiosas, pasando por matemáticas, espirituales o históricas. El caso es que el pobre 13 ahí está (o, mejor dicho, no está) transitando por la vida con el mayor de los desprecios, envuelto en una especie de repulsión que hace que tampoco queramos verlo ni en pintura en hoteles, hospitales o rascacielos.
Les confieso que, a mí, por cuestiones personales, con el 13 siempre me ha ido bien; de ahí que no me hubiese importado ocupar dicho asiento en aquel vuelo. Pero entiendo que a las personas con miedo a volar cualquier pequeña dosis de inconveniencia (racional o no) les haga aumentar exponencialmente su perturbación: un crujido, un pitido, una mirada de reojo o el personal de cabina caminando apresuradamente por el pasillo, todo eso provoca que los demonios se concentren en la mente del temeroso viajero.
Al final, tras un placentero vuelo con apenas turbulencias llegué a mi destino y al salir por la puerta estuve a punto de despedirme trece veces de la azafata. No lo hice, por respeto, no fuera que ella interpretase cosas raras (racionales o no).