José Luis Jiménez - Pazguato y fino

Feijóo, el otro deseado

Sin necesidad de aferrarse a ningún sillón, es su propio partido el que ruega porque encabece la nave popular en las autonómicas del otoño

Alberto Núñez Feijóo deshoja la margarita de su futuro con ese tempo que tanto nos desespera a los tertulianos con vocación de futurólogos. Y para mayor escarnio, ni siquiera incurre en gestos que puedan ser interpretados con el libre albedrío de quienes defendemos una cosa y su contraria. Pero no es menos cierto que se encuentra en la misma tesitura que Alfonso Rueda, al que en estas mismas páginas le tildábamos de «deseado» por su partido en Pontevedra para arreglar el desaguisado provincial. El clamor de los suyos —y lo oportuno de tener un territorio propio como respaldo para eventualidades futuras— dio a Rueda el empujoncito necesario para afrontar el reto.

Con Feijóo ocurre algo muy similar. No sabemos a ciencia cierta si él quiere o no, si tiene los ánimos y fuerzas suficientes para llevar su proyecto hasta un tercer mandato, pero lo único claro es que no existe dirigente del PP al que se le pregunte por el candidato más idóneo y no pronuncie su nombre. «No me autoproclamaré candidato de nada», confesaba en las páginas de ABC el pasado verano. Pero sin necesidad de aferrarse a ningún sillón, es su propio partido el que ruega porque encabece la nave popular en las autonómicas del otoño.

Fue reveladora la confesión del propio Feijóo la pasada semana en la TVG acerca de que no contemplaba en ningún caso marcharse a la empresa privada. Por lo tanto, la alternativa de sus dudas se situaría entre seguir en Galicia o dar el salto a la política nacional, una aspiración legítima que la oposición ensucia revistiéndola de ambición desmedida, aunque quizás en el fondo solo haya insana envidia.

El escenario madrileño, desde luego, no está como para dar salto alguno. El estallido de la corrupción en Madrid y Valencia ensucia todavía más una marca ya suficientemente castigada por las «personas deshonestas» que aprovecharon cargos para enriquecerse. Las encuestas ya apuntan a un declive del PP si hubiese nuevas elecciones, a pesar del popurrí grotesco de PSOE y Podemos para repartirse el Gobierno de España.

Ni siquiera un recambio de Mariano Rajoy en unas hipotéticas nuevas elecciones en verano garantizaría una recuperación de las funestas expectativas del PP. Aquel que ponga la cara en el cartel se llevará un más que previsible tortazo, toda vez que el géiser de las corruptelas no tiene visos de parar. ¿Qué necesidad tendría Feijóo de asumir un castigo que no le corresponde a él? Génova posee un catálogo de víctimas propiciatorias perfectamente solvente para ser ajusticiadas en las urnas. Y si hay que ir a Madrid después de que Rajoy se empecine en confirmar su sepultura política repitiendo de candidato, ¿por qué no hacerlo tras evitarle a Galicia una pesadilla social-populista?

Feijóo espera encuestas para decidir, porque tampoco optará a la reelección si la tendencia entre la sociedad gallega es que se vaya. Pero sabe de sobra que él es el mejor valorado entre los suyos, como también lo sabía Rueda en Pontevedra. Ser deseado tiene esas cosas.

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