ENTREVISTA

Federico Martinón Torres: «Fuimos lapidados por el caso de la niña Andrea; volveríamos a hacer lo mismo»

El jefe de Pediatría del CHUS lleva la medicina en los genes y, además de practicarla, la divulga con claridad. Atiende a ABC para hablar de su trabajo y de su equipo

El doctor Martinón, en la UCI pediátrica del Complejo Hospitalario de Santiago (CHUS) Miguel Muñiz

JOSÉ LUIS JIMÉNEZ

No diga pediatra, diga Federico Martinón, como su padre y su abuelo. Jefe de Pediatría Clínica en el Complejo Hospitalario de Santiago (CHUS), es uno de los mayores expertos en vacunas e infecciones de nuestro país. Dirige además uno de los grupos de investigación de esta materia más reconocidos de Europa , con 40 proyectos en activo. A su cargo, un equipo de 15 personas. Entre investigar, divulgar y gestionar, admite que apenas le queda tiempo para mantener el contacto con los pacientes, «el fin último de mis esfuerzos».

—¿La moral entra dentro del diagnóstico médico?

—Sí, y cada vez más. El problema es que, haciendo pruebas, encuentras más información de la que puedes necesitar para la patología que estás tratando. Eso suele pasar sobre todo con los estudios genéticos. La moral y la ética son esenciales para saber qué hacer con esa información. Hemos pasado del médico que era un dios y se limitaba a dar órdenes, al sanitario colega que te lo cuenta todo y que deja en el paciente la toma de decisiones. Como si eso fuera éticamente mejor o más justo. Hay términos medios. Debemos guiar la decisión de nuestros pacientes con la información pertinente, pero el exceso de información no es lo ideal.

—En el caso de la pequeña Andrea, la niña con una enfermedad crónica cuyos padres pedían la desconexión para que pudiera fallecer, se acusó a los médicos de su unidad de actuar con criterios morales y no clínicos.

—El juez que instruyó el caso, en su sumario, felicitó a todo el equipo del hospital por cómo había manejado al paciente según criterios de excelencia y estándares de práctica clínica. Pero eso no salió en los medios. Una cosa es lo que pasó en realidad y otra lo que se contó. Nosotros no podemos revelar información de los pacientes, y ese caso fue especialmente doloroso, no solo para la niña y su familia, sino también para todo el equipo, porque fuimos injustamente tratados por la opinión pública.

«Quizás la gestión del manejo de la información en el caso Andrea no fue la adecuada. Por eso fue a más»

—Eso les aboca a la indefensión.

—Siempre que tratamos con menores la hay. Pero también debería haber una ética profesional en los medios. El equipo médico hizo lo que creía que debía hacer de acuerdo a la legalidad. Y la prueba es lo que manifiesta el juez. Ya está. Hay una versión de datos, y luego elucubraciones en los medios. Fuimos lapidados públicamente. Es algo a lo que sabemos que estamos expuestos. Quizás la gestión del manejo de la crisis desde el punto de vista de la información no fue la adecuada y por eso fue a más de lo que debió ir. Fue un caso doloroso y espero que sirva para que todas las partes hayan aprendido algo. Nosotros como equipo médico hemos madurado, sobre todo en la relación con pacientes de este tipo. Pero volveríamos a hacer lo mismo que hicimos y en la forma en que se hizo.

—¿En qué anda ocupado en estos momentos?

—Fundamentalmente, lo que más ocupa mi tiempo es tratar de entender cualquier tipo de infección viendo cómo reacciona el infectado. Hoy tenemos tecnología para hacerlo, y cada vez encontramos marcadores más específicos de cada infección sin que necesariamente haya que aislar el germen, y trasladarlo a la práctica, permitiéndonos diagnósticos más específicos. Mejora nuestra capacidad de detección.

—¿Y todos respondemos igual?

—No, ahí está el quid. Por eso, cada infección en cada individuo tiene una reacción diferente. Hay valores comunes, pero la fotografía final de cada infección sí sería única de cada persona. Al final el individuo es como un piano, con su teclado como los distintos genes del organismo. Todos tenemos las mismas teclas, y el microorganismo interpreta su melodía. A través de esa melodía nosotros lo identificamos, aunque luego hay matices.

«No todos los centros tienen la sensibilidad para potenciar la faceta investigadora»

—¿Y en España se encuentran buenos melómanos?

—Creo que a nivel de investigación en España ha dado un cambio radical. La excelencia en la investigación es la participación en proyectos europeos, y nuestro país cada vez está más presente en ellos. Pero tenemos que ir más allá y cambiar la cultura. La inversión en investigación es lo que más enriquece a un país, genera patentes, industrias, empleos. España es una fuente de grandes cerebros, pero luego en la práctica, en la clínica asistencial, no todos los centros tienen la sensibilidad suficiente para potenciar la faceta investigadora. Prima demasiado la atención del paciente, que sí es fundamental, pero no puede ser la única vara de medir.

—¿El cofre del tesoro de los recursos para la investigación sanitaria está en la empresa privada?

—Hay una parte que sí. La industria farmacéutica es una fuente muy importante de recursos, y para nuestro grupo lo es. Gracias a esa colaboración puedo sostener los puestos de trabajo y las acciones de divulgación y enseñanza que realizamos.

—La siempre controvertida relación entre público y privado...

—Son líneas grises. Nosotros no utilizamos la sanidad pública ni sus recursos para investigarle gratis a un laboratorio. En esos casos les cobramos por nuestro trabajo. Pero hay muchísimas sinergias naturales. Los laboratorios trabajan en muchos de los problemas clínicos en que los investigadores estamos implicados. De hecho, hay convocatorias cuyos fondos son la mitad privada y la mitad pública, y los investigadores optamos a ellos para trabajar conjuntamente. Es un camino normal, con un árbitro justo como es la Agencia Europea del Medicamento.

«No es una utopía un mundo sin enfermedades. Hoy no hay ninguna para la que no se esté investigando una vacuna»

—Una de sus especialidades es la vacunación infantil. ¿Es una utopía aspirar a una sociedad vacunada para todas las enfermedades conocidas?

—No es una utopía. Ahora mismo no creo que haya ninguna infección o enfermedad en la que no esté alguien trabajando en una vacuna, bien preventiva, bien terapéutica. Es la mejor estrategia, evitar la enfermedad. Ha habido un salto generacional en la vacunología. Aun así, tenemos un freno muy importante, el regulatorio. Es importante agilizar las reglas de juego. Aunque tengamos candidatos vacunales buenos, el desarrollo clínico de una vacuna es muy caro y muy largo. Por lo que tardamos mucho en saber si podemos utilizarlo. Esto es susceptible de mejorar.

—¿Un primer mundo vacunado es compatible con un tercer mundo sin vacunar?

—La gente creyó que la globalización consistiría en que todos tendríamos los mismos recursos. Pero lo cierto sobre la globalización es que todos tendremos las mismas enfermedades. Y se está demostrando. Ya no hay brotes que sólo afectan a aldeas perdidas de África, sino que hoy está allí y mañana aquí. Indudablemente, si no mejoramos lo que hacemos en los países en desarrollo, se genera el caldo de cultivo necesario para la creación de nuevos microorganismos resistentes. O tenemos una percepción global o iremos un paso por detrás.

—¿Cómo pueden surgir en pleno siglo XXI movimientos antivacunas?

—Minorías y reaccionarios contrarios al avance de la medicina existieron siempre. El tiempo demostró siempre su error. Ocurre que ahora tienen más facilidad para expandir sus mensajes, a través de las redes sociales o de medios de comunicación alternativos. Sí creo que ha habido un cambio en el perfil del antivacunas, que tiene que ver en muchos casos con problemas sin relación con lo médico. Antes se aceptaba sin cuestionar todo lo que venía de la sanidad, y ahora se cuestiona todo.

—¿Y hay solución?

—La solución pasa por la educación. Si uno se salta un semáforo, sabe que está mal. Lo que no podemos es estar cuestionándose a diario si el semáforo es bueno o malo. Y luego mejorar nuestra capacidad de educar a esas personas que son manipuladas por los antivacunas para hacer negocio y que caigan en las medicinas alternativas o la homeopatía y timos varios a costa de su buena voluntad. La ley tampoco debería permitir la libertad de vacunar o no, porque los padres están decidiendo no sobre su salud, sino la de sus hijos.

—¿Hay un riesgo cierto de que las bacterias acaben por ser resistentes a los antibióticos?

—No es una amenaza, es una realidad. Siempre están los agoreros, pero hay un pronóstico sensato que cifraba que para el 2050 morirá una persona cada seis segundos como consecuencia de una infección resistente a los antibióticos. Nuestra capacidad de crear nuevos antibióticos es más lenta que la capacidad de los microorganismos para hacerse resistentes. Esta es una balanza en negativo. Hace poco se publicó en EE.UU. el primer «superbicho» aislado en un paciente, resistente a todo antibiótico conocido. Es una cuestión excepcional, pero nos demuestra que biológicamente es posible. Por eso hay tanto estrés ahora en el uso racional del antibiótico, para ampliar la vida útil de los que tenemos.

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