España envejece por Dozón
El ayuntamiento de España de más de 1.000 habitantes que más población perdió en los últimos 20 años combate el presagio de que, en lo alto de la provincia de Pontevedra, se muere más que se nace
Manuela dice que Dozón , en lo alto de Pontevedra, es como una vaca: bien ordeñada pero mal mantenida. Habla con el gesto serio y la cara entrada en años, del ganchete de Antonio Moisés Fernández, conocido por todos como «o Tomás». «Ven Manuela, ponte para la prensa». Aparcan la conversación de media mañana para posar con una perra a la sombra de un castaño. Las botas de media caña de Manuel crepitan cuando camina sobre el fruto y las hojas caídas. Viven en un núcleo cercano a la parroquia de Moi, donde según «o Tomás», de los once vecinos siete tienen título universitario. Él se vino de Inglaterra de regreso de su paso por una cadena de hoteles, pero su patria príncipe —como escribiría el poeta gallego Celso Emilio—, está en su Dozón desertizado: «Aquí nací y aquí voy a morir», aventura. En realidad, en Dozón se muere mucho más que se nace.
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[Pasa el cursor sobre el mapa para conocer el número de habitantes de cada municipio en 1996 y 2015, y comprobar su variación de población. Datos y gráfico: Luis Cano]
Manuela tiene razón. La vaca por todos ordeñada está mal mantenida. En dos décadas, el municipio pontevedrés perdió el 54 por ciento de su población. Es el ayuntamiento de España con más de 1.000 habitantes que se deja habitantes con mayor rapidez . Ahora viven 1.174 personas, según los últimos datos del INE, cuando en 1996 lo hacían 2.358. Casi cuatro de cada diez vecinos son mayores de 65 años. Encontrar a niños por debajo de los 15 años es, estadísticamente, un 50 por ciento más improbable que hace veinte años. Las posibilidades no llegan a una de cada diez en un pueblo cuya farmacia, los pastilleros —las cajitas con compartimentos diarios donde guardar la medicación— son el producto más visible de toda la botica. Y ni con ésas. Lo sabe bien su responsable, Isabel Álvarez. Es consciente de que todo lo que despacha no se consume mirando el prospecto. «La gente no toma bien la medicación —lamenta—, ya se lo hemos dicho al Colegio de Farmacéuticos».
Isabel tuvo la oportunidad de establecerse en Vigo, en la farmacia del barrio de Rosalía de Castro, uno de los de mayor fuste de la ciudad. Lo cambió por un local de unos treinta metros que triangula con la rosa de los vientos de cualquier pueblo de Galicia: el ayuntamiento, la iglesia y el bar. Se cansó de los aires de grandeza de algunos. Prefiere dispensar antidiabéticos y leer, muy despacio y señalando con el dedo, las recetas que le llegan de los más ancianos. Comparte, casi en voz baja, el contrafáctico de que todo gallego tiene bajo su colchón una entidad financiera que fluctúa poco. El consejo que los abuelos dan a los nietos es más viejo que respirar: «Si tienes cinco pesos, ahorra seis».
Es día de pasar consulta en Dozón. Al centro del pueblo llega Sergio Lorenzo subido a su tractor Súper Ebro. La visera le hace sombra sobre la mitad de la cara, pero deja visible la expresión de indignación que se comprime y se libera desde la comisura de los labios. «¡Están destruyendo Galicia!». A sus 71 años, exclama como si solo él se estuviera dando cuenta de que « nos echan de los pueblos ». Ya no confía «en nadie». Cómo hacerlo, pregunto, si Sergio aparcó su explotación ganadera, como tantos otros, porque la venta de leche solo da para cubrir los costes. Todo el mundo ordeñó la vaca. Nadie la mantuvo.
Volvemos a Manuela, con una frase densa, plomiza, como Dozón los días de invierno: « Cómo va a haber gente si lo que no hay es trabajo ». Escondida entre las lomas de pastos, la nave de una cooperativa agraria recoge la charla entre Ramón Deza, de 29 años, y Lidia Pousa, la oficinista que gestiona los contratos de 33 ganaderos de la zona. Explican que el pírrico porcentaje de jóvenes que se queda en el pueblo es porque recogen las granjas familiares de sus padres y abuelos. Ramón ultima el diálogo: «Si no, es que no tienes nada que hacer». Todos sus amigos se marcharon a Lalín, el «kilómetro cero» de Galicia, un símbolo del PP de Fraga y su eterno delfín, Xosé Cuíña. Es un relativo oasis en mitad del mapa de la arruga trazado en la provincia. Cuatro de los diez pueblos que más se desangran demográficamente son de Pontevedra, muchos de la comarca del Deza. Junto a Dozón, A Golada y Rodeiro entran en la lista Navia de Suarna (Lugo) y Beariz (Orense) . Cuando la vaca se ordeñaba a pleno rendimiento, Lidia recuerda que el litro de leche se vendía a 50 céntimos, casi el doble que en la actualidad. Las granjas sobreviven ahora gracias a que «todo tiramos de un mismo carro», subraya el ganadero Alejandro Mazaira, apoyado su barbilla en la herramienta de labranza.
Él y algunos de sus vecinos pasan por la tienda de suministros agrarios que regenta María José Rodríguez, de mediana edad. Dozón puede ser un pueblo hermético, pero no manso. «¿Y yo qué hago —se pregunta María José— si aquí no hay trabajo? Vamos a ser realistas». El realismo es que el parque empresarial de la localidad albergaba una sola empresa de productos de poliestireno que echó el cerrojo. Ahora hay dos naves y muchos vecinos afirman que las dos pertenecen a Adolfo Campos, el alcalde absuelto por un delito continuado de prevaricación. «Si aún hubiera alguna empresa…» , continúa María José. No la hay. El parque comenzó a construirse en 1992 pero no recibió autorización hasta 19 años después. A pesar de ser advertido del contenido de la conversación, Campos declinó atender a ABC en la casa consistorial.
En Dozón era día de pasar consulta. Manuela se quedó con su perra y su charla con «o Tomás». La vaca ya no hay quien la mantenga.