José Luis Jiménez - PAZGUATO Y FINO
El fin de una época
Vázquez fue una suerte de continuación cañí del bipartito, pero el electorado no mordió el anzuelo
Cuando alguien como Pachi Vázquez anuncia que se va, uno no sabe si conjugar en presente o en pasado, porque cuesta creer que esto sea un adiós definitivo ni este artículo es una necrológica. Pachi Vázquez ha sido, sobre todo, un pragmático de la política. Salió del CDS en dirección al PSOE porque quizás vio más posibilidades bajo el paraguas de Felipe González que en el PP de José María Aznar, aunque ambos compartieran bigote. El tiempo le dio la razón: fue alcalde de su pueblo, ascendió a conselleiro y dio la batalla por presidir la Xunta, pero ni siquiera cabalgar a lomos de la crisis económica —con todo lo que él sabe de caballos— le permitió derrotar al Feijóo de 2012.
La política fue su vocación y no su ocupación, porque el negocio familiar estaba en la rama sanitaria privada, y con un sueldo público uno no se compra aquella mansión rural de la que tuvieron detallada cuenta los lectores de ABC hará ya algunos años. Aquellas fueron informaciones muy incómodas para Vázquez, pero nunca le dejó de hablar a este periódico, porque como él sabía, aquello eran agrios gajes del oficio de político en primera línea. Pachi nunca se abonó a la vergonzante «siguiente pregunta».
No fue un intelectual de la política cultivado en las sorbonas universitarias. Él era más de rebarbadora que de piano. Lució dos de las habilidades más necesarias para sobrevivir en la izquierda: capacidad de conspiración interna para ir eliminando rivales —talento que acabó por palidecer ante las habilidades de su sucesor, Gómez Besteiro—, y un don de gentes algo populista, herencia de su etapa como alcalde.
Ocurrente, en ocasiones demasiado —muy procaces fueron sus gratuitas acusaciones en sede parlamentaria contra Feijóo por estar «ahí ahí» con el narcotráfico—, los suyos fueron años convulsos dentro del PSdeG, en alivio de luto aún por la inesperada pérdida de la Xunta en las autonómicas de 2009.
Vázquez fue una suerte de continuación cañí del bipartito , con casi los mismos rostros pero renegando del pasado. El electorado no picó el anzuelo. No debió gastar aquella bala aspirando a la alcaldía de Orense: esa derrota fue su tumba política en el PSOE. Tras su marcha, sus fieles lo recuerdan y lo respetan. El resto del PSdeG olvida. Así le va.