Juan Soto - El Garabato del Torreón

Elogio de un decreto ley

Ahí, en el nazionalismo, pervive el espíritu de Franco

Entre nosotros, la libertad de expresión se entiende como el derecho a quemar el retrato del Rey, apalear al discrepante y limpiarse los mocos con la bandera de España. Todo lo demás está subordinado a la Ley de Defensa de Sánchez. En coherencia con ese dogma de obligado cumplimiento, se anuncia la inmediata promulgación de un decreto apercibiendo de cierre y multa a todos los espacios urbanos, donde se exalte a Franco: calles, plazas, parques, glorietas, alamedas, jardines, red viaria, edificios, mercados, recintos deportivos, iglesias, playas, cementerios, cursos fluviales, mares, océanos…

Sin embargo, en Galicia estamos tranquilos: es difícil que aquí llegue a notarse el rigor de la resolución dictatorial. No creo que en Galicia vayan a producirse muchos actos en alabanza de Franco. Porque resulta que, para evitar el ser tachado de coterraneidad nepotista, Franco trató a Galicia bastante mal y, desde luego, peor que al resto de las regiones españolas. O sea, con insoportable cicatería. Solo su Ferrol natal fue capaz de sacarle el momio de la Bazán, aquel alarde de Construcciones Navales Militares S.A. que garantizaba envidiables salarios con cargo a la partida presupuestaria del INI.

Por contra, a Catalunya y al País Vasco les deparó un trato no ya deferente sino de insultante favoritismo. Los llamados «planes de estabilización», que resultaron letales para Galicia, fueron de una esplendidez magnífica para catalanes y vascos: el monopolio de las ferias internacionales, la Seat, la creación de las primeras autopistas, las medidas proteccionistas para la industria, el régimen foral vasco… Así se explica que todavía hoy, después de más de cuarenta años de la muerte de Franco, tenga tanta fuerza el nazionalismo tanto en Euskadi como en Catalunya. Ahí, en el nazionalismo, pervive el espíritu de Franco. Ahí es donde van a tener que aplicarse sin contemplaciones las leyes de protección del régimen de Sánchez. Porque no hay derecho a que a estas alturas se sigan glorificando las excelencias de la Dictadura, con total impunidad, por los Torra, los Puigdemont, los Otegi, las López Anguita, y otros enaltecedores —en «espacios públicos», como promete la redacción del decreto— de la política de represión y exterminio. Conviene acabar con la impunidad de este nazionalismo chulo y camorrista

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