Juan Soto - El garabato del Torreón
Una dosis de ricino
En el PSdeG empezar a correr hacia el despeñadero y lanzarse vertiginosamente al abismo fue todo uno
Aquí, con la playa y la taberna pegadas a la puerta, eso de perder el tiempo con el estraperlo de la política resulta un vicio aburrido, pubescente, vulgar, tal que una práctica onanista animada por el calendario de Pirelli. En lo que vaya a desembocar este soporífero enigma nacional de ¿susto o muerte? carece de la menor importancia: pase lo que pase no pasará nada. Tampoco vale la pena malgastar un segundo de este amodorrado paréntesis estival en ponderar ventajas e inconvenientes del calendario feijooniano, astutamente ajustado a la culinaria recomendada por el personaje de Borges : que el asado se haga en su propia grasa y en su propia hoguera. O sea, que el gasto no corra por cuenta del comensal sino de la vianda.
No acaban de ponerse de acuerdo los tratadistas acerca de si Feijóo es un político con mucho futuro o con demasiado pasado. Digamos que tiene presente, lo cual no deja de ser envidiable en medio del erial. A la derecha, nada; y a la izquierda, menos que nada, porque hay algo peor a que te venzan los ajenos y es que te aniquilen los tuyos. Ahí tienen el caso, conmovedoramente dramático, del llamado PSdeG, un partido que en la política de este país nuestro llegó a alcanzar cierto éxito de público y crítica, como decían antes los revisteros estrenistas. Empezar a correr hacia el despeñadero y lanzarse vertiginosamente al abismo fue todo uno. Visto y no visto. Antes de las urnas, Leiceaga se ocupó de trituralo: vea el paciente lector las candidaturas para el 25-S. Presa de pánico ante los fantasmas de la conspiración interna, elevó el ricino a la categoría de presidente del comité de listas.
Antes de que decidiese suprimir su vulgar López , decía Aranguren que «la militancia debe ser crítica». Lo entrecomillamos porque damos fe de la textualidad. Corrían los primeros días de 1977, casi recién estrenada la legalidad de los partidos. El PSOE nunca lo entendió así. Y Leiceaga está en la docilidad canina de la franquicia gallega a la que se debe: la militancia es servil o no es. La purga a Méndez Romeu y afines no es un aviso: es un hábito. No se trata de una decisión propia de una persona de no muy holgadas luces: es la marca de la casa.