Santiago
Diez años del robo del Códice: una historia de avaricia y venganza
Una larga investigación descubrió el saqueo, por valor de 2,4 millones, perpetrado por el electricista
Se cumplen diez años del día en el que los secretos de la Catedral quedaron al descubierto. El Códice Calixtino, uno de sus bienes más preciados, había desaparecido de la urna que lo guardaba en el archivo del templo y a la que contadas personas tenían acceso, lo que obligó al por aquel entonces deán de la basílica, José María Díaz, a dirigir sus pasos hacia la comisaría de Policía y denunciar su robo. Pero antes de pedir ayuda a los agentes, el templo activó su propia maquinaria de búsqueda , ajenos a las dimensiones que esta pérdida cobraría en cuestión de horas. Cuatro personas a las que el deán contó lo sucedido pusieron las estancias anexas patas arriba para dar con el libro, cuya ubicación se convirtió en el secreto mejor guardado de Galicia durante más de un año. Echando la vista atrás, este suceso conmocionó a la sociedad compostelana, sobrepasando sus fronteras, y la vida intramuros de la Catedral se aireó como nunca antes se había hecho.
En los primeros compases de la investigación el deán no dudó en hablar de «un gran atentado», por lo que la hipótesis de que el robo hubiera sido obra de un grupo especializado contratado por un multimillonario coleccionista cobró fuerza. Pero la realidad no tardó en imponerse y el delito de guante blanco se convirtió en un asalto mucho más vulgar y ordinario de lo que hubiera cabido esperar. Durante un año, el paradero de la joya bibliográfica fue una incógnita que los agentes de la brigada de Patrimonio Histórico se afanaron en despejar. Fue así como se le empezó a poner cara a los protagonistas del día a día de la Catedral, que desfilaron por la comisaría contando lo que sabían para aclarar las dudas en torno a su inocencia. De las quince personas que habían tenido acceso directo al Códice , los investigadores fueron desechando candidatos, bien por su coartada, bien por su perfil. Hasta que los sospechosos pasaron a contarse con los dedos de una mano.
En un intento por recuperar el libro antes de que alguien lo hiciese desaparecer para siempre, los agentes investigaron al organista , a un viejo empleado despedido por robar e incluso a un estudiante brasileño que había estado en el archivo esos días. El microcosmos catedralicio también señaló con insistencia a un prestigoso coleccionista compostelano . Pero la sombra de la sospecha siempre levitó en torno el electricista de la Catedral, un hombre rudo y tosco sobre el que el cerco se fue estrechando, inevitablemente. Los investigadores definieron en más de una ocasión a Manuel Castiñeiras como un hombre taciturno, frío y cargado de reproches que no dudó en dirigir en varios de sus encuentros con la Policía contra el deán de la Catedral.
Al electricista le interesaba que los agentes conocieran hasta qué punto se había volcado con don José María, con el que lo llegaron a enfrentar en una suerte de careo, y lo mal recompensado que se sentía tras años de entrega. El móvil de la venganza empezaba a cobrar fuerza y solo había que atar bien todos los cabos para no patinar. Así que a eso se dedicaron los agentes, convencidos desde hacía meses de que Manolo estaba detrás del robo que los trajo de cabeza durante, exactamente, un año.
A Castiñeiras lo fotografiaron a la entrada y a la salida de su casa , llegando a la misa diaria y en sus momentos de asueto. Diagnosticaron sus debilidades y descubrieron que era un hombre cuadriculado, que pocas veces quebraba su aburrida rutina . Pero también conocieron otra cara del electricista, la del humilde trabajador casado con una costurera que se había comprado un piso en Sanxenxo y que tenía en su poder copias de todas las llaves de la Catedral , un espacio por el que se movía a su antojo. Su faceta fanfarrona, con tacos de billetes que alguna vez mostró en la localidad donde residía allanaron el camino.
Lo que no sabían ni los investigadores ni el juez que lideró la instrucción era que el destino final de todas sus indagaciones sería tan indigno. Un polvoriento garaje al que los llevó el único hijo de su sospechoso, que se vio salpicado por los celos y la avaricia de su padre. También se detuvo a su pareja por aquel momento, lo que forzó su colaboración con los agentes y el descubrimiento de un garaje en el que, en medio de numerosos trastos apareció el libro.
Junto a él había varios manuscritos religiosos antiguos, entre los que se encontraba el Libro de las Horas . Los agentes también descubrieron que a lo largo de los años en electricista había sisado más de dos millones de euros de la Catedral . Incluso atesoraba unas agendas en las que anotaba, religiosamente, cada nuevo robo, lo que además del visionado de las cámaras de seguridad del archivo fue clave para su condena.
La Audiencia provincial de Santiago lo sentenció a diez años entre rejas tras un juicio en el que se pudo comprobar que los robos a la caja fuerte del templo eran casi diarios. A su mujer le cayeron seis meses por blanqueo y su hijo quedó absuelto . El Supremo redujo más tarde su condena a ocho años y a finales de 2019 Castiñeiras fue excarcelado aquejado de una enfermedad incurable, meses después de sufrir un ictus. Fueron «razones humanitarias» las que lo devolvieron a una vida en sociedad de la que siempre se apartó, pertrechado tras un pesado cortinón al que nadie tenía permitido acercarse.