Educación
El curso más difícil de la universidad
El año de la pandemia planteaba a las universidades gallegas un reto logístico que acució de problemas pasados
La apuesta por la presencialidad y la falta de comunicación entre profesorado y alumnado han marcado este curso
El aforo o cierre de espacios de estudio, bibliotecas y zonas comunes en residencias planteó problemas a los estudiantes
El curso 2020/2021 será recordado como el año de la pandemia en la educación . Un año difícil e imprevisible, que ha supuesto un giro en la burocracia «lenta y rígida» de las universidades gallegas que, según afirma Javier Ferreira, responsable global Covid de la USC, son «mastodónticas» . Acaba el curso, y con moderada satisfacción. En total, el engranaje universitario gallego tuvo que adaptar los estudios y labores de 62.000 estudiantes y casi 8.000 trabajadores. «Se ha apostado por la presencialidad desde el primer momento», asegura José Luis Miguez, vicerrector de Planificación y Sostenibilidad de la UVigo. «Ahora mismo, estamos preparados para ser una universidad online, aunque no es lo que queremos», afirma Ferreira. De hecho, asegura que «la USC fue la universidad que más apostó por la presencialidad en España». Para el rector de la UDC, Julio Abalde, la adaptación de la universidad ha sido de «sobresaliente muy alto» .
Pese a todo, este modelo afectó a la calidad de la educación , en opinión de los alumnos. Con grupos de 18 personas como máximo, «hubo que reducir las horas que le tocan a cada grupo», explica Neima Fernández, representante del claustro de Biología en la USC. En Filología, el representante de las Xuntas de Facultade, José Rama, añade que se recortó bastante el temario, para dar la misma clase en grupos diferentes, pero «lo que se dio, se dio bien». Rama teme que los contenidos perdidos «los tendremos que recuperar por nuestra cuenta» .
Aún con todo el verano para estructurar el curso, las universidades tuvieron que alterar sus planes varias veces , debido a los cambios constantes en las medidas contra la pandemia. Durante este proceso la comunicación con la Consellería de Educación y el Ministerio ha sido «mejorable, pero comprensible» , en palabras del responsable Covid de la USC. «Teníamos una decisión tomada sobre el inicio del curso, y allá por julio deciden que hay que guardar metro y medio [de distancia entre alumnos]; sé que parece una tontería, pero tiene una trascendencia brutal porque hubo que cambiarlo todo».
Un curso imprevisible
De esta forma, la USC destinó al proceso de adaptación casi 3 millones de euros (se llegaron a hacer reformas en las aulas sin ventilación), cifra similar a la UDC y a la UVigo. Esta última adquirió ordenadores portátiles para el profesorado por cerca de 700.000 euros con el objetivo de proveerles del material necesario para impartir clases a distancia. Desde los puestos de gobierno de las universidades ven esto también como una oportunidad . «A ver si dentro de lo malo se puede dar un avance a lo digital», confía José Luis Míguez.
Aún con los esfuerzos desempeñados «muchos profesores no fueron capaces de adaptarse» , comenta Uxío Sanmartín, estudiante de Ciencias de la Actividad Física y Deporte (UDC), aunque, para José Rama, por regla general «hay que felicitarlos» . Algunos «no pusieron de su parte», ya que tal y como explica Alberto Castellanos, representante del Claustro de Económicas en la USC, deberían grabarse las clases pero no todos los profesores lo hacían . Como norma general se instauró en los diferentes grados gallegos este año la evaluación continua . Esto «implica más carga de trabajo» y no supuso una «liberación» de carga de la evaluación final», lamenta Neima Fernández. Además, desde el propio Claustro estudiantil de Santiago denuncian estar «infrarrepresentados» , porque las elecciones iban a ser el año pasado, pero se retrasaron por culpa de la pandemia.
A esta concatenación de reivindicaciones de los estudiantes hay que añadir la necesidad de espacios comunes en las facultades —no se pueden hacer trabajos en grupo dentro de la facultad, aunque los profesores los sigan pidiendo, expone Malena Fernández, miembro del claustro de Periodismo— y una mayor o mejor comunicación entre la parte docente y la estudiantil , sobre todo, con respecto a los horarios y becas.
Más allá de la facultad: residencias y bibliotecas
Aún con una intencionalidad firme de desarrollar el curso de forma presencial , a la hora de la verdad no siempre ha sido posible . Así lo denuncian muchos estudiantes gallegos, que por culpa de la asistencia tan repartida, «se han sentido estafados» —en palabras de Rama— al haber alquilado un piso o pagado una residencia para tener apenas una semana de enseñanza presencial al mes.
La vivienda ha sido uno de los grandes «caballos de batalla» , en palabras de José Rama, conselleiro en la residencia Burgo das Nacións. «En ningún momento se permitieron las reuniones en las habitaciones», porque de cara a las restricciones, la filosofía de la residencia fue «ni sois convivientes, ni dejáis de serlo». Según Noel Suárez, residente en Monte da Condesa, «se invitaba a un confinamiento constante» , pues se cerraron todas las salas de ocio y se obligaba a comer en la habitación. «Comer solo es horrible», relata Rama, quien cuestiona algunas expulsiones. «Hay gente que, en 15 días, se encontraba con que no tenía dónde dormir» , por «estar en las habitaciones» de un compañero. «Entiendo que se requiere mano dura, pero que alguien de, por ejemplo, Canarias, no vuelva a casa y no pueda relacionarse en el lugar donde vive…».
Las salas de ocio de las residencias pasaron a ser salas de estudio , algo «necesario» dadas las limitaciones de aforo de las bibliotecas. «Hay gente estudiando en el suelo, mientras hace cola», detalla Sara Rodríguez, estudiante viguesa que habla de más de una hora de espera para acceder a un sitio en la biblioteca Mar de Vigo. «Tienes media hora para comer, y si tardas más, la encargada te retira las cosas y entra otra persona». La situación es semejante en la mayoría de bibliotecas públicas , según el alumnado consultado. «Las bibliotecas son una parte muy importante del servicio universitario porque democratizan la situación del estudiantado» , explica Malena Fernández, que pidió desde su asociación de estudiantes que ampliaran el horario de la Concepción Arenal tras el fin del estado de alarma, sin éxito.
Toda esta problemática sumada a la crisis sanitaria actual ha dañado la salud mental del alumnado , y así lo reconocieron los universitarios gallegos en un estudio de la facultad de Psicología, donde se constató que el 72% de los alumnos habían empeorado su salud mental tras la pandemia . Es por ello que nacen iniciativas como la del servicio de psicología gratuíta de la USC, que tiene el objetivo de combatir la depresión estudiantil.
Servicios como este son prueba de que «todo funcionó como un reloj», cuenta Ferreira, quien cree que «lo hemos hecho bien toda la comunidad universitaria, no solo el gobierno de la universidad». Tiene claro que los universitarios no son irresponsables , porque «hicieron cribados hasta aburrirse», con «altísima participación» y buenos resultados. «Que haya siete fiestas de estudiantes es anecdótico. Se buscó un chivo expiatorio y fue un tiro errado» .
La comunidad universitaria ve cada vez más cerca el final de la odisea pandémica. Esto es algo que agradece en especial el alumnado del 1º , porque «fue mucho más complicado hacer amigos», según Sara Otero, estudiante de la USC. «Nos hemos perdido la parte realmente bonita del primer año». Para el curso que viene, Ferreira aguarda «normalidad» y Abalde espera que «con unas medidas sanitarias y de higiene, volvamos a una presencialidad igual a la situación pre-pandemia» .