Entrevista a Fernando Alonso, gerente de la FGCN

«Cuando el chico guapo de la serie es el narco, se manda el mensaje equivocado»

En pleno «fenómeno narco», el gerente de la Fundación Gallega contra el Narcotráfico recuerda el camino para lograr la conciencia social que hoy planta cara a las drogas y a sus «señores» en Galicia

Planeadoras abandonadas en Vilagarcía de Arousa MIGUEL MUÑIZ

PATRICIA ABET

La fotografía del narcotráfico en Galicia en la década de los 80 dista mucho del momento actual. Las planeadoras ya no forman parte del paisaje y la connivencia con el traficante dio paso a una respuesta social contundente que denuncia la lacra de la droga y los estragos que causa. Ahora los narcos ya no se pasean en sus deportivos, y los pazos de antaño sirven para rehabilitar a aquellos a los que la marea blanca pilló por sorpresa. Pero el tráfico de drogas sigue existiendo y parte de la lucha consiste en desempolvar ese álbum «de lo que no queremos volver a ver».

—La inesperada detención de Tania Varela después de cinco años huida ha vuelto a poner el foco sobre el presente de quienes movían los hilos del negocio de la droga en la costa gallega. ¿Cómo ha sentado este inesperado arresto?

—Lo valoramos con satisfacción en el sentido de que es bueno para todos que estos personajes estén a buen recaudo. Se sigue estrechando el cerco al narcotráfico y eso también es bueno. Este año hemos conocido dos noticias muy favorables, la detención de Sito Miñanco y de Pérez Lago en la «Operación Mito» y ahora el arresto de una fugitiva que llevaba cinco años en paradero desconocido. Además, con una historia tan truculenta como el asesinato a la salida del garaje del abogado con el que ella estaba en ese momento.

—Tania Varela iba en el asiento del copiloto, pero nunca ha llegado a contar su versión de los hechos. El caso se investigó y se juzgó, aunque no se llegó a aclarar por completo...

—No, se juzgó a los sicarios y poco más. En este mundo los ajustes de cuentas están a la orden del día. A veces no se sabe y otras veces salen a la luz y se evidencian este tipo de crímenes salvajes. Hay que decir que ahora a raíz de esta detención igual se aclaran algunos extremos de ese crimen, porque aquello quedó completamente sumido en la incertidumbre y el desconocimiento. Igual ahora hay nuevas informaciones.

—El caso de Varela, una abogada que cruzó la línea roja, no es único. Hay una larga tradición en Galicia de letrados que se acaban metiendo en el negocio...

—Sí, el ejemplo más paradigmático es el de Pablo Vioque, que fue primero abogado y después narcotraficante, y por el camino hasta estuvo en la Cámara de Comercio porque en aquellos tiempos, muy distintos a los de ahora, todo estaba mezclado y era tremendamente confuso. El narcotráfico tiene un poder corruptor y de atracción tremendo, sobre todo en gente con una ambición desmedida y que busca el dinero a toda costa. Muchas veces se convierten en traficantes, y esto ya no solo pasa en asesoramiento legal sino también en asesoramiento económico, cuando se acaban convirtiendo en colaboradores del blanqueo. Estar al lado de estos personajes y de estas tramas contamina y salpica con más frecuencia de la que parece.

—La detención de Varela y la de Miñanco (cazado en una nueva macrooperación) coinciden en el tiempo con un fenómeno, la moda de los traficantes, aupado por series como «Narcos» o «Fariña». ¿Es peligroso que se llegue a mitificar a estos personajes?

—Hablar del tema siempre está bien si se hace con rigor, porque precisamente el narcotráfico viene del silencio de mirar para otro lado. Todo lo que sea visualizar la problemática del tráfico de drogas es bueno porque ayuda a la gente a sensibilizarse y a tomar conciencia de que es un problema grave. Por lo tanto, tratarlo está bien, pero con celo. No vayamos a hacer que el narco sea el chico guapo de la película... Un miembro de las fuerzas de seguridad me decía el otro día que cuando el chico guapo es el traficante mal vamos, porque podemos mandar un mensaje equivocado. Hay que hablar de ello, pero siempre y cuando el traficante quede como lo que es, un vendedor de veneno sin escrúpulos que obtiene dinero a costa de la salud y de la ruina de miles de familias. Si lo centramos así, estará bien. Si no, no será bueno. Con series como «Fariña» hay que esperar a ver cómo evolucionan porque lo que interesa es informar, al margen de que hay que entender que como ficción tienen que presentar las cosas de una determinada manera para enganchar. Pero como está basada en hechos reales, dificulta a veces saber dónde está la realidad y dónde empieza la ficción.

—¿Es un riesgo pensar que hablamos de cosas del pasado cuando el tráfico de drogas sigue de plena vigencia?

—Sigue siendo un problema de primer nivel, pero lo que narra la serie son unos sucesos que ya son parte de la historia de Galicia. Y hay que decirlo claro porque no vayamos a pensar que en Galicia estamos ahora como se dibuja en la ficción. Hablamos de hace 30 años y afortunadamente hemos andado un camino en el que estamos mejor en cuanto a rechazo social, y lucha contra el traficante. Lo que sucede es que estamos combatiendo un enemigo que es tremendamente peligroso y dañino. No hay nada más que ver lo que sucede cuando se deja avanzar el narcotráfico en otras sociedades, que las destruye por completo, su tejido, su sistema e incluso gobiernos enteros. Por eso hay que tener especial cuidado en la información sobre estas historias y en saber que el tema no está resuelto, porque no es solo cosa del pasado. Y puede volver a serlo si no actuamos con la debida contundencia.

—La sociedad gallega ha pasado del «mirar hacia otro lado» que se heredó del contrabando de tabaco a enfrentarse al narco con todos los recursos de los que dispone...

—Sí, en Galicia hemos avanzado mucho y hay un rechazo claro a la actividad del narcotráfico que no sucede en otros lugares. Nosotros vamos un poquito por delante porque estampas que se dan en el sur, con las descargas en las playas a vista de todo el mundo, son ya una foto imposible aquí. Es historia pura, pero ya no forma parte de nuestra realidad.

—El juicio por blanqueo contra Miñanco y parte de su primera familia quedó suspendido el mes pasado. Se los juzgaba por blanquear, supuestamente, diez millones de euros entre 1988 y 2007. ¿La justicia llega tarde?

—Llega muy tarde, porque es una cantidad enorme de tiempo. Lo que pasa es que a veces no es culpa de la justicia, es culpa de lo que cuesta probar el blanqueo de capitales procedentes del narcotráfico. Las instrucciones son mucho más lentas, todo va con un garantismo tremendo, y cuando hay que hacer una consulta de una cuenta bancaria en Suiza se multiplican los tiempos, porque en los paraísos fiscales se ponen todo tipo de trabas. Cuesta mucho porque hay que probar al doscientos por cien que un blanqueo procede del tráfico de drogas. Por eso la justicia acaba llegando tarde, y cuando llega tan tarde no es todo lo justa que debería.

—El Gobierno ha anunciado la prohibición de las narcolanchas. ¿Una medida efectiva?

—La medida está bien, lo raro es que no se hubieran prohibido antes. Hay que ver en qué se concreta la prohibición, que es más que necesaria. En Galicia hay embarcaciones de grandes dimensiones, 15 metros con motores de 300 caballos, pero ya no están en el puerto. Están escondidas en naves. El hecho de que se prohíban evita esa impunidad y ese descaro que se está dando más en el sur. Aquí ayudará porque hay algunas que están en la clandestinidad, aunque esto no vaya a acabar con el narcotráfico.

—Uno de los hitos en la lucha contra los capos de la droga es el decomiso de sus bienes antes de que lleguen a juicio, promovido desde la Fundación Gallega contra el Narcotráfico. ¿Cómo están siendo estos primeros pasos?

—Estamos trabajando sobre todo en el campo de los bienes muebles. Vehículos y camiones, sobre todo. Hace poco se subastó un camión de una operación de tráfico de heroína y ahora estamos subastando otros coches decomisados en otros operativos. Es una fase inicial, pero se trata de confirmar que el sistema funciona porque este servicio se activa cuando el juez lo pide. Estamos en fase de expansión y de darlo a conocer. Lo que buscamos es que no se pierda el valor económico de los bienes que se incautan con su venta anticipada. Así evitamos que se deteriore, conseguimos un dinero para el Estado y además tiene un valor ejemplarizante para que el narco vea que se le priva del disfrute de su coche, y ya no se puede pasear impunemente en su deportivo esperando el juicio.

—¿Cree en la reinserción de los narcotraficantes?

—La multirreincidencia es un problema serio. La reiteración en el delito de los grandes capos es un lujo que no podemos permitirnos, el ver cómo un señor sale de la cárcel y vuelve a organizar un desembarco. Vivimos en un estado de derecho y deben tener todas las garantías. Somos buenos y generosos, pero no podemos ser tontos y permitir que bajo ese manto de supuesta igualdad de derechos terminen por tomarnos a todos el pelo. Evidentemente la reinserción existe para todos, al menos en el plano teórico, pero de momento no se está cumpliendo. Hay muy pocas noticias positivas en ese ámbito.

«Cuando el chico guapo de la serie es el narco, se manda el mensaje equivocado»

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