Coronavirus Galicia
Historias del Día de la Madre en la era del confinamiento
Una mujer mayor que aún no ha conocido a su nieta y la hija adolescente de un matrimonio sordo charlan con ABC en una de las jornadas familiares más importantes del año
Cuando Celia, una mujer mayor residente en Santiago, abrió el sábado la puerta de casa al sonarle el timbre, hizo lo que pudo para contenerse y no romper en llanto de la emoción. «¡No tenía por qué haberlo hecho, de verdad que no tenía por qué!», exclamaba. Ante ella, un repartidor le hacía entrega de un ramo de flores que le enviaba su hija Paula, afincada en Madrid. El regalo, como no podía ser de otra forma, estaba destinado para arribar el Día de la Madre , o al menos antes de su llegada. La hija de Celia, contaba la propia mujer, ha dado en estas semanas a luz a su nieta, a quien todavía no ha tenido oportunidad de conocer debido a las restricciones de movilidad impuestas por el estado de alarma. Espera hacerlo en junio, confiaba, pero hasta entonces no le quedaría más remedio que conformarse con las fotos que le enviaba de la pequeña.
Como Celia, miles de familias separadas por un enemigo invisible esperan pacientemente a que las órdenes de permanecer en casa hasta nuevo aviso se relajen para volver a ver a los suyos. El Día de la Madre se desarrolló este domingo con cierta angustia para aquellos sin ocasión de ver y abrazar a sus seres queridos, pero también con la esperanza y la ilusión propias de una situación como la actual.
No fue el caso, por ejemplo, de la familia López Fariña , originaria de Monforte de Lemos (Lugo) pero residentes ahora en Cambados (Pontevedra). Sus miembros tuvieron la suerte de pasar el día juntos. «La verdad es que lo están llevando bastante bien los dos. Mi padre está haciendo un puzzle de mil piezas, ya casi lo ha acabado. Mi madre, por su parte, sigue trabajando con normalidad así que no está tanto por casa, pero cuando está pues dedicamos el tiempo libre a ver películas juntos», contaba por teléfono su hija mayor, Martina, de 14 años. La conversación que mantuvo con este periódico, en torno a sobre cómo estaban llevando la cuarentena, se desarrolló interrumpida por pausas silenciosas para trasladarle a su madre las preguntas del periodista. Silenciosas, sí: la joven hacía de intérprete para su progenitora, Isabel, de 49 años y sorda de nacimiento. Acto seguido, con una rapidez meteórica, verbalizaba la respuesta que le había dado su madre.
Tanto Martina como su hermana pequeña Carla, de 10, son CODA (Children of deaf adult, por sus siglas en inglés), es decir, hijas oyentes de una pareja de personas sordas . El padre de ambas y marido de Isabel, Martín, trabajaba en la ONCE en Monforte hasta que fue trasladado a Cambados. Estos días le han mandado a casa a causa de un ERTE, pero su hija afirma que está entretenido. «Para ellos todo esto es un shock, claro», añade. Ellas, por su parte, continúan el curso desde casa, pero con «más trabajos y más deberes que los que teníamos cuando íbamos a clase», lamenta Martina.
Las dos aprendieron lenguaje de signos desde pequeñas, «incluso antes de empezar a hablar», y describe situaciones de lo más divertido en su día a día, « como cuando vamos al cine y le voy contando la película a mi padre mientras la vemos , porque él no la puede escuchar. No sé como lo hago, si te digo la verdad». Hacer de intérprete es parte de su día a día, y en la escuela han realizado exposiciones a petición de los profesores sobre este aspecto. Pero hay más: «¡El lenguaje además sirve para hablar en secreto con tus amigos sin que los demás se enteren!», cuenta ilusionada Carla, que pide a su hermana que le pase el teléfono únicamente para que quede constancia de ello.
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