José Luis Jiménez - Análisis
BNG: ¿confluir para sobrevivir?
Si Galicia no es menos nacionalista, ¿por qué el BNG está al borde de la extinción?
¿Nadie se ha planteado el error de discurso con el escoramiento soberanista?
Las últimas elecciones generales han empujado al BNG al borde del previsible abismo: su tendencia a la baja amenaza con dejarles fuera del Parlamento de Galicia en las próximas autonómicas, lo que sería el primer capítulo de su desaparición como organización política. El jaque, que amaga con ser mate, se lo ha dado una Marea que no es nacionalista en un sentido estricto, pero que sabe aparentarlo lo suficiente para erigirse como el voto útil de ese electorado. El Bloque ha dejado de ser un granito compuesto por varios partidos y sensibilidades para convertirse en un burdo hormigón homogeneizado por la UPG, que además de poco estético es difícilmente maleable.
En el seno de la organización han emergido —una vez más— dos grupos: uno de corte más moderado que defiende la confluencia con una futura Marea autonómica —con el todavía portavoz Xavier Vence a la cabeza—, y otro que se aferra a las esencias para negar toda disolución de las siglas aun a riesgo de hundir el barco para siempre. Basta leer al búnker de la UPG en sus órganos oficiales para comprobar la resistencia al cambio.
Pero, ¿la salvación pasa por la confluencia? ¿La Marea es el flotador en mitad de la tormenta que vive el nacionalismo? Interesantes reflexiones del profesor Justo Beramendi en ABC el pasado lunes, en las que advertía de un «abrazo del oso» de Podemos al BNG, y llamaba a una refundación de la antaño casa común del nacionalismo gallego. Es decir, la confluencia sería pan para hoy y hambruna para mañana, pero en política lo que cuenta es el corto plazo, y más en una organización como el Bloque, que necesita de resultados —y recursos económicos— que apuntalen su futuro. Hay demasiadas urgencias. He ahí la encrucijada: confluir para sobrevivir o permanecer para afrontar la incertidumbre.
El inmovilismo especula con que la Marea, más pronto que tarde, estalle fruto de las diferencias de los partidos —y personas— que la conforman. Las primeras convulsiones se han apreciado en la negociación de los grupos propios en el Congreso. Incluso dentro de AGE hay rencillas, que no trascienden porque hay un interés superior en dar imagen de «unidad popular». Y cuando llegue ese colapso, el BNG seguiría ahí —en algún sitio— para una hipotética asimilación de los nacionalistas emigrados que regresan a casa. ¿Pero y si el que colapsa antes es el BNG por una fuga de su capital humano no alineado con la caverna? ¿O quebrado por las deudas?
Hay otro debate a mayores. ¿Es Galicia menos nacionalista que hace veinte años? Probablemente no, ni tampoco ha girado al independentismo, como Cataluña. Entonces, ¿por qué las siglas históricamente vinculadas al sentimiento nacionalista están al borde de la extinción? ¿No será que además de la amenaza exterior hay un problema de base en el mensaje? ¿Quizás porque los electores quieren más discurso social y menos cuestión identitaria? ¿Nadie ha planteado la autocrítica suficiente para señalar al escoramiento soberanista como posible motivo para generar desapego en amplios sectores? Hasta el momento, no.
La radicalización en el mensaje fue la reacción del BNG al fracaso del «quintanismo» en 2009. Anxo Quintana aspiraba a que el Bloque se pareciera a PNV y CiU, mientras que sus sucesores optaron por aproximarlo a Bildu y ERC. Es decir, renegaron de un nacionalismo de base amplia —y que podría haber abarcado desde la izquierda hasta un centro-derecha, como los modelos vasco o catalán— para virar a una izquierda radical y ultraminoritaria, que por si fuera poco pasó a competir con AGE, con un líder más reconocible como Beiras. Y por si fuera poco, de los modos amables de Quintana se pasó al discurso tabernario de Guillerme Vázquez, un soldado de la UPG al servicio de los «coroneles» para hacer guardar la ortodoxia nacionalista.
En paralelo a este viaje a ningún sitio, el Bloque pasó a ser percibido como la muleta del PSdeG para completar gobiernos en minoría. No había unidad de acción entre los dos partidos llamados a entenderse para ser alternativa al PPdeG, sino ejecutivos con compartimentos estancos, cada uno con su programa e ideología, que votaban unidos cuando tocara pero con resquemores y miradas torcidas entre sus miembros.
En Galicia, un 20% de la sociedad pivota en la órbita nacionalista. Y tienen una cosa clara: mientras el BNG se enrede en su propio debate identitario, encontrarán a otro que ocupe su lugar. Se llame como se llame.