Juan Soto - EL GARABATO DEL TORREÓN
Conciertos con homilía
La inclusión de la plática se oculta deliberadamente en los programas de mano, quizá porque, si mediase advertencia, el número de asistentes a la cita se vería notablemente mermado
Con la temporada musical en Galicia felizmente inaugurada (en Ferrol, la OSG con Nielsen y el gallego Octavio Vázquez; en Santiago, la Real Filhamonía con Sibelius y Beethoven; en Vigo, nada menos que el Bernstein de Trouble in Tahiti; en Lugo, la infatigable Sociedad Filarmónica), quizá resulte oportuno referirse a esa latosa manía, convertida en moda ineludible, de los parlamentos que, a modo de obertura, de intermezzo, o de coda, se cuelan en los programas sin previo aviso y con la presunta finalidad de ilustrar al aficionado acerca de las obras que van a ser interpretadas. La inclusión de la plática se oculta deliberadamente en los programas de mano, quizá porque, si mediase advertencia, el número de asistentes a la cita se vería notablemente mermado: el aficionado quiere música, no oratoria pedante y desmañada.
Hace años, se practicaba con relativa frecuencia la modalidad de «conferencia-concierto». Gerardo Diego, por ejemplo, que no era mal pianista, se acogió reiteradamente a tal fórmula en los primeros años de la posguerra. Pero el autor de Manual de espumas sabía lo que se traía entre manos, como demuestran las ochocientas páginas de su Prosa musical, donde se compendian sus glosas y lucubraciones musicales desperdigadas en periódicos y revistas, algunas ciertamente luminosas e inolvidables, como los varios comentarios dedicados Falla o la disquisición publicada en ABC con ocasión del estreno del Concierto de Aranjuez. Por desgracia, nuestros plúmbeos e ignados (y por ende osados) disertantes en esto que llamamos «conciertos con homilía» no son Gerardo Diego. Es más: habitualmente predican para un público que sabe del asunto más que ellos, un público que lo único que espera es que la prédica acaba de una puñetera vez y comience a sonar la música. Que para eso, para asistir a un concierto y no a una perorata fastidiosa, ha sido convocado. Nuestro Bal y Gay (cuyos avatares biográficos son víctima, por cierto, de la incontinencia verbal de muchos charlatanes indígenas) dijo en la revista Cruz y Raya aquello de «Con la música a esta parte». Entiéndase bien: con la música, no con los sermones. Hagamos caso a Bal.