REAL ACADEMIA GALLEGA DE BELLAS ARTES

César Antonio Molina ingresa como académico con un discurso de resistencia frente al capitalismo cultural

«Todas las estructuras culturales, no solo artísticas, son ya hipermercados», denuncia el exministro, que lamentó que el arte «renunció a las grandes misiones de antaño, conducentes a la mejora de la libertad del individuo»

Cesar Antonio Molina (izquierda) recibe el reconocimiento de manos de Manuel Quintana IAGO LÓPEZ

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El intelectual sin complejos, el creador comprometido, el exministro orgulloso de su ciudad (La Coruña), y desde este lunes, miembro honorífico de la Real Academia Gallega de las Bellas Artes. César Antonio Molina recibió su entrada en la institución con un discurso en defensa de la cultura y sus valores primigenios para la evolución y transformación de la sociedad, frente a la lectura capitalista que ha convertido la cultura en un bien de consumo, condicionada por las dinámicas de oferta y demanda ante la ausencia de apoyo real por parte de los poderes públicos.

A su juicio, la creación cultural en nuestros días está impregnada hasta su esencia por los principios de un «capitalismo artístico» cuyo «único fin es comercial». «Después del arte para los dioses, para los príncipes, el arte por el arte, ahora lo que triunfa es el arte para el mercado», lamentó, una «era transestética» en la que se entremezclan en una coctelera «diseño-star system, creación-entretenimiento, cultura-show business, vanguardia-moda». En ella, «el mundo del espectáculo es sustituido por el hiperespectáculo, la única 'cultura', la democrática, es la diversión sin fin, sin pensamiento ni conocimiento» .

En su crítica, el exministro y colaborador de ABC Cultural reprochó al sistema capitalista que «equipara la actividad artística no por lo nuevo, distinto o diferente que cada uno de ellos consiguen, sino por la actividad económica que representan en la pirámide económica». «Las marcas se apoderaron del arte, o por lo menos de una parte de él , y absorbieron su legitimación», una deglución que se llevó a cabo «en muchos casos, con la permisividad y complicidad de los propios protagonistas». «En nuestro mundo todo es producto y todo debe gestionarse como una lucrativa empresa», una visión que ha llevado a que «todas las estructuras culturales, no solo artísticas, ya son hipermercados» .

Buena parte de culpa de esta situación la tiene los apoyos menguantes del Estado a la cultura, explicó, así como la mengua constante del mecenazgo privado. En esa coyuntura, «las grandes marcas, las grandes empresas los sustituyen para convertirse en patrocinadores, agentes intermediarios, organizando ellos mismos actos y dando sugestiones y opiniones».

El culmen de este proceso perverso, desde su punto de vista, es que «cada vez más, el creador está asediado, ya no puede existir por sí mismo», sino que se encuentra «prisionero e integrado en la cadena de producción». «La ética y la estética dieron paso a una autorrealización del consumidor-comprador, a un gozar hedonista sin más fines», criticó. «El capitalismo cultural consiguió lo que ni las armas, la censura, los decretos y las persecuciones totalitarias lograron antes», aseguró Molina, «ocupar el especio interior más libre del ser humano y dominarlo pacíficamente», y «lo peor es que la sociedad lo aceptó no con resignación, sino con esperanza y delectación». Por todo ello, el también exdirector del Instituto Cervantes se reconoció «no solo un exiliado tecnológico, sino también cultural» , aunque «mi exilio ya será en el Mas Allá, donde espero que todo siga igual».

En su intervención, César Antonio Molina evocó también su infancia coruñesa, en el seno de una familia «en el que el amor a la Cultura era algo sagrado». «Soy, fundamentalmente, un hombre de letras y dediqué toda mi vida a la Cultura» , convirtiéndose por ello «en un espécimen raro», que se encamina a «formar parte de futuras ampliaciones de los museos de antropología y, sobre todo, de arqueología». Su casa natal estaba «en la calle Miguel Servet», y de la «testarudez» del médico zaragozano aprendió a «defender las ideas pacifica y dialécticamente, aunque moleste».

Tras reivindicar algunos hitos de su gestión pública como la denuncia a la empresa cazatesoros Odissey por el saqueo de pecios de barcos españoles hundidos o la campaña para lograr la declaración de Patrimonio de la Humanidad a la coruñesa Torre de Hércules, César Antonio Molina reclamó de la Unesco una política «más cuidadosa y más beligerante» con los países que dejan perecer los vestigios protegidos de su pasado. «Debe existir un grupo internacional de socorro, especializado, dispuesto a intervenir inmediatamente en zonas de conflicto, para salvar y proteger los bienes culturales insustituibles», víctimas de agresiones que consideró «crímenes contra la humanidad». «Destruir el patrimonio artístico es destruir nuestra memoria y conducir al mundo al alzheimer colectivo» , sentenció.

La aprobación de su ingreso tuvo lugar en octubre de 2019, pero la llegada de la pandemia en marzo de 2020 obligó a retrasar 'sine die' el acto protocolario de su entrada en la Real Academia Gallega de Bellas Artes. Hasta este lunes. La institución justifica su elección como académico honorífico por su «vida entregada, no solo a incorporar en su literatura como en sus investigaciones la interacción de las artes, la teoría y el ensayo sobre el arte, sino también propuestas de gestión cultural».

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